3. La prisión es el problema

Traducido por Mario Valencia

El sistema penitenciario es fácilmente la institución más problemática en México. Mientras otras instituciones, ya sean públicas o privadas, simplemente fallan en cumplir sus objetivos asignados, las prisiones logran el opuesto estructural de sus fines: hacen a la sociedad menos segura. Como incubadoras de crimen y criminales, la situación deteriorada de las cárceles y prisiones en México es un urgente problema político -y sin embargo es un problema el cual no te importa. En este ensayo seguiré explicando el problema; por qué no nos importa; por qué debería de importarnos y finalmente, la dirección en la que tenemos que observarlo.

Las prisiones en México y en las Américas por lo general sufren de múltiples problemas. Para empezar, están típica y crónicamente sobrepobladas. Entre otras cosas, políticas de mano dura contra el crimen (bajo la influencia de empresas privadas, dependiendo del país) han contribuido a un aumento en la población de las prisiones que rebasa la tasa del incremente en su capacidad. Además, las demoras en el sistema penal significan que en México hay una gran cantidad de personas encarceladas que esperan una sentencia. Estos lugares sobrepoblados se han transformado en incubadoras de crimen, adentro y afuera de sus paredes. Un reporte gubernamental de mayo 2017 estimó que el 65% de las prisiones mexicanas estaban bajo el control del crimen organizado[1]. En algunos casos, como la infame prisión del Topo Chico en Monterrey, las autoridades se han resignado a nada más vigilar los muros y dejar que los prisioneros se autogobiernen. Esto significa que los prisioneros son abandonados a las dinámicas del poder y violencia, como lo fue gráficamente demostrado por las 52 personas que murieron durante un motín en 2016 dentro de la prisión mencionada. El yugo del crimen organizado sobre las prisiones va de la mano (tanto en causa como efecto) con la extensa corrupción en el sistema penal y con el sistema de justicia. La combinación de corrupción, sobrepoblación y autogobierno lleva a dos problemas principales: primero, el crimen organizado puede usar a las prisiones como cuarteles y campos de reclutamiento. En vez de “decapitar a la serpiente”, encarcelar a los capos aún les permite tomar parte en las actividades del cártel (esto es si no escapan primero). Además, el crimen organizado puede esperar en prisión como una telaraña a nuevos reclutas o rivales que no tienen escapatoria alguna. El segundo problema sería la extremadamente desconcertante situación de derechos humanos de los prisioneros en México, preocupante tanto en términos de condiciones materiales y de seguridad. Sin embargo, la opinión pública no siempre ha mostrado simpatía en el segundo punto.

El problema en politizar reformas penitenciarias es que los prisioneros son el perfecto grupo “indigno”. Hablando sociológicamente, la cantidad de ayuda o de justicia que la sociedad está dispuesta a dirigir a ciertos grupos depende de, entre otras cosas, su “dignidad”: qué tanto pensamos que ellos merecen la ayuda, ya sea por necesidad o por mérito. Los prisioneros quedan en la parte más baja de este espectro, para la presidencia anterior esto significó debajo de los animales de circo (un problema de mayor atención para el Partido Verde). Para empezar, a menos que sean injustamente convictos, por definición los prisioneros son culpables de violar normas sociales… Y si no los odiamos, los tememos. Esto se pudo ver en la absurda histeria alimentada por la política de miedo en la campaña del PRI alrededor del ahora presidente AMLO liberando a todos los criminales. Una completa mentira, pero en mi experiencia la primera cosa que viene a los conservadores de la campaña de AMLO. Más allá de no darle importancia por ira o por miedo, un porcentaje significativo de la población disfruta de los ilegales sufrimientos que viven los prisioneros como una forma de castigo adicional (‘una cárcel no es una vacación’). Finalmente, los convictos son -aparentemente- tontos: los verdaderos criminales no van a la cárcel o reciben sentencias ridículamente ligeras, lo que puede ser confirmado por varios expresidentes y gobernadores. Tampoco atraparon a tu tío, ¿verdad? Es suficiente decir que, para los políticos actuales, ayudar a los prisioneros (a menos que sea por corrupción) y hacer reformas penales son temas subóptimos que abordar, ayudado también por el hecho de que en México los prisioneros no pueden votar. Sin embargo, anunciar políticas para grupos “indignos” no es imposible. Por ejemplo, en diciembre del 2018 el gobernador de Nuevo León anunció un plan para mejorar la situación carcelera en su estado y para recuperar el control de la prisión del Topo Chico[2]. Una buena intención, aunque mayor preocupación nacional por el tema es necesario.

Ahora, ¿por qué te debería de importar? Primero que nada, porque es un problema de seguridad nacional. Siempre que las prisiones se mantengan como cuarteles para los cárteles será entre difícil e imposible luchar contra el crimen organizado. Les permite mantener control y dirigir sus operaciones incluso después de que hayan sido encarcelados. Al amenazar a los reos y a sus familias fuera de prisión, pueden tener bajo su control a sus miembros y también a sus familias, haciendo difícil la verdadera extinción de estas organizaciones. Combinado con la corrupción y las fugas ocasionales, uno nunca puede erradicar a los cárteles de la sociedad completamente. Segundo, porque el fracaso de las funciones correctivas y de rehabilitación de las prisiones (su misión legal) generan aún más crimen. Sirve como un centro de reclutamiento para actividades pandilleras y de cárteles, ya que muchos presos (que pueden serlo por una variedad de razones) son forzados a encontrar un lugar dentro de la jerarquía criminal. Consecuentemente, dado que las condiciones no favorecen a la rehabilitación, ya que ellos salgan van a tener dificultad para reintegrarse a la sociedad. Combinado con un fuerte estigma en contra de contratar a exconvictos, esto puede generar más crímenes cometidos con motivos de supervivencia. Organizar un sistema penitenciario alrededor del concepto del castigo en vez del de rehabilitación es como orinarse los pantalones en el frío: se siente calientito por un momento, pero termina empeorando la situación. Una tercera razón por la cual te debería de importar es para terminar con la carnicería y el abuso por la que muchos presos tienen que pasar. Esto se puede hacer por convicciones morales, como sería coherente en un país cristiano, o por respeto a los derechos humanos. Por otra parte, organizar un matadero podría ser una mala idea ya que nosotros o un ser querido podría terminar justa o injustamente en prisión también.

Entonces, ¿Qué se puede hacer? A pesar de no ser un experto en esta cuestión, algunas reformas estructurales parecen estarse llevando a cabo. Un objetivo es romper el autogobierno en las prisiones. Esto involucra movimientos evidentes, como el gobierno retomando el control por la fuerza y la purga de oficiales corruptos. Mayores salarios para funcionarios penitenciarios parece ser otra acción lógica, y estaría en línea con la filosofía del gobierno actual. Otra opción más arriesgada sería reorganizar a los prisioneros a través de todo el país para quebrar a las establecidas redes criminales y sus sedes de poder (tristemente esto sería un peso para las familias). Por ejemplo, se intentó una desegregación de pandillas en prisiones a través de transferencias en El Salvador en el 2017, pero aún se esperan los resultados. Un segundo objetivo es reducir la sobrepoblación desde ambos lados de la ecuación: por un lado, al ligeramente incrementar el número de cárceles públicas e incluir más instalaciones de “bajo nivel” para retener a los convictos de crímenes no relacionados al crimen organizado. Y por el otro lado, al reducir la cantidad de gente; por ejemplo, disminuyendo las sentencias por ciertos crímenes u ofreciendo penalizaciones alternativas para crímenes ligeros. El objetivo final es una mejor reintegración a la sociedad, incluyendo mejor dirección a través de trabajo social y del establecimiento de programas de empleo -Yo concebí una idea para esto en mi ensayo sobre la nacionalización de la marihuana (Essay 2). Si tan sólo tuviéramos un líder político que fuera lo suficientemente audaz y clemente como para escoger un tema de tan poca popularidad, pero de tanta importancia. O bueno, tal vez ya lo tenemos, sólo el tiempo lo dirá.


[1] https://www.insightcrime.org/news/brief/crime-groups-control-65-percent-state-prisons-mexico-report/

[2] http://elporvenir.mx/?content=noticia&id=123905 2 Accent 4;