Traducido por Mario Valencia
Una llaga en el sistema de nuestro mundo moderno es que jamás ha podido manejar satisfactoriamente la migración masiva y la ansiedad que este antiguo fenómeno humano genera en las naciones. No hay solución a la vista, al menos no a la mía. Lo que sí ofrezco, es la perspectiva de que para un país como México, el verdadero problema con la migración no son los migrantes en sí, sino el impacto del tema de la migración que por sí mismo se podría tener en la cultura política nacional. Como un científico social que empíricamente estudia la transmigración, primero contextualizaré la actual “crisis” de migración en México y demostraré como solo es un problema menor para México. En la segunda parte, haciendo eco con la experiencia europea de este tema, explicaré cómo las reacciones al tema de la migración perturban al ambiente político y a la cultura.
La migración desde y hacia México ha sido politizada estos últimos años. Esta denominada “transmigración” consiste principalmente de gente de Honduras, El Salvador y Guatemala que atraviesan México en su viaje a los Estados Unidos – aunque hay una pequeña tendencia de asentarse en México. Desde hace un año este flujo migratorio de varias décadas de antigüedad ha sido interpretado como un problema o incluso como una emergencia nacional tanto para México como para los Estados Unidos; ya que muchos mexicanos ansiosamente repitieron los jadeos y resoplidos de Trump en el segundo plano. Estereotipos comúnmente compartidos incluyen que estas personas son meros oportunistas y que están desagradecidos de “todo lo que México ha hecho por ellos”. Clarifiquemos algunos hechos.
De acuerdo con nuestras entrevistas con 60 migrantes y también con la investigación de otros, las principales razones de los migrantes son la búsqueda de seguridad y el escape de la pobreza. El orden de las razones es importante. Contrario a algunas creencias populares acerca del oportunismo económico, la mayoría de los transmigrantes huyen porque están enfrentándose a una amenaza inminente a sus vidas. Por ejemplo, los dueños de empresas pequeñas que faltan un pago a la pandilla Mara local o que han sido testigos de un crimen y que se les han dicho que tienen 24 horas para salir del país. O también la elección forzada entre salir o dejar que tu hijo se una a la pandilla, ocasionalmente respaldada por el cadáver de un familiar. Para los escépticos vale la pena notar que Honduras y El Salvador son dos de los países con las tasas de asesinato más altas del mundo. Escapar la pobreza o buscar oportunidades es la segunda razón, especialmente en el caso de Guatemala. Esto puede significar el escape literal en el caso de niños viviendo en semiesclavitud o de quienes buscan oportunidades de ganar más de lo que uno podría como granjero u obrero. Una tercera razón es el caso especial de gente buscando reconectar con su familia, ocasionalmente enfrentándose a la deportación.
Algunas cuestiones tienen que ver con la hospitalidad mexicana. Primero, reconozcamos lo increíblemente peligroso que es la travesía. Algunos quedan lastimados en el camino, ya sea cayéndose de o siendo desmembrados por los trenes, llegando a ser atacados por animales o muriendo de deshidratación en el desierto. Sin embargo, el peligro va más allá de los riesgos usuales de barcos encallando y otros accidentes que le pasan a migrantes en otras partes del mundo; porque en México los migrantes no solo están desprotegidos, sino que están directamente acechados. Asaltos por pandillas y las autoridades es estándar, la violación es común (un estimado es de ocho en cada diez mujeres), y el secuestro o el asesinato por los cárteles es común. Contrario a la propaganda estadounidense, México ha hecho esfuerzos extensos para limitar la migración y regresar décimas de miles de inmigrantes, militarizando su frontera y dedicando a una fuerza policial especial para este propósito. Uno podría decir que, a través de detener, matar, violar y abandonar a los migrantes, México en sí es el muro.
Aceptar esas realidades generales es un buen punto de partida para discutir la migración. Sin embargo, durante los últimos dos años el fenómeno de tres “caravanas” ha alterado la percepción de observar a la migración como un desastre humanitario a observarla como un problema. Estas caravanas organizadas sospechosamente coincidieron con momentos clave en la política estadounidense, como las elecciones a mitad de mandato (la segunda caravana) y el cierre de gobierno sobre el financiamiento del muro fronterizo (la tercera caravana). Esto le permitió a Trump (y a una legión de trolls) aumentar la presión pública en México para reconocer su problema de migración. Pero realmente, ¿qué tan grandes pueden ser las caravanas para un país de 123 millones? En la cúspide de la crisis de migración de 2015 y 2016, Grecia e Italia recibieron más personas por día de las que caben en una de estas caravanas. Además, en contraste con la entrada de árabes y africanos en el sur de Europa, nuestros inmigrantes son latinos como nosotros, con orígenes lingüísticos y religiosos similares. Seguramente, con la frontera norte bloqueada con solo unos cuantos miles de personas embotelladas en un solo lugar (Tijuana, Hermosillo, etc.) se pueden crear problemas prácticos y tensiones. Sin embargo, argumentaré que el verdadero peligro para el futuro de México yace en otro lugar.
La discusión acerca de la migración podría dañar la cultura política mexicana en dos maneras: la primera siendo bajar los estándares morales y valores nacionales; y la segunda el abrir el espacio político para una facción de ultraderecha. La primera manera es solo de menor importancia y lleva a la segunda. Recordemos: México es uno de los países con el número más alto de nacionales mudándose y viviendo en el extranjero, con más de un 90% de estos viviendo en los Estados Unidos. Es un hecho que los Estados Unidos tiene un caso más fuerte para estar preocupado por los inmigrantes mexicanos en comparación al que tiene México sobre los inmigrantes centroamericanos, aunque si se menciona esta hipocresía se causa ira inmediata. Sorprendentemente, a finales del 2018, muchos cristianos devotos difundieron un odio intenso y desinformación acerca de estos migrantes, incluyendo llamadas para violencia y también asaltos físicos. Este divorcio entre ser una nación cristiana integrada por migrantes y el trato que se le da a los otros es doloroso. Pero tal vez esta inconsistencia de valores siempre ha estado ahí, y esto solo fue sorprendente para El Extranjero Político. Uno puede ver similitudes con la espantosa manifestación de júbilo masoquista de aquellos celebrando las muertes de los huachicoleros.
Pero lo que ciertamente sería nuevo sería si un partido antinmigrante apareciera en la ultraderecha del PAN. Es relativamente fácil para políticos de pensamiento fascista y otros oportunistas arrear a una población frustrada en contra de un enemigo externo como los inmigrantes. Esto está apoyado por actitudes culturales que valoran ensalzar a los que están encima de ti e ignorar a los que se encuentran debajo. En Europa hemos visto que esto ha llevado a partidos de ultraderecha relativamente durables, como la Vlaams Belang en Bélgica, la PVV en los Países Bajos y la Alternative für Deutschland en Alemania. En algunos países como Hungría ellos han conquistado el gobierno. La tragedia es que en la mayoría de los casos estos partidos se desperdician en una parte del espectro político, por lo que se obstruyen debates de políticas públicas y rara vez representan realmente los intereses de sus votantes. Esto es ya sea porque estos partidos están bloqueados de participar por otros partidos, o porque están reacios a portar verdadero liderazgo. Décadas de debate político son desperdiciadas ya que mantienen reduciendo la agenda política a este solo tema.
“¿Y esto qué?”, mi lector xenofóbico de clóset se pregunta. Bueno, incluso el neonato partidario fascista corre un alto riesgo de ser engañado – a menos que sean dueños de una gran compañía. El truco del fascismo siempre es el mismo: poner a las masas en contra de un enemigo externo o interno, hacer algunas promesas mínimamente consistentes a todos y utilizar al apoyo de la clase trabajadora para impulsar una agenda capitalista corporativa. A los líderes ultraderechistas no les tiende a importar los inmigrantes, el crimen, o cualquier mal del cual prometan protegerte; mientras que se mueven con prisa para obtener reducciones de impuestos y privatizaciones. Esto se ha visto recientemente en los Estados Unidos y me siento bastante seguro de que cosas similares se harán evidentes en Brazil.
Hasta ahora México se ha salvado de este juego de “policía bueno, policía malo” entre neoliberales y neofascistas que toman turnos entre engatusar a las masas y apoyar prácticamente a los intereses de las élites. Mi gobernador, el Bronco, brevemente le dio un intento, pero aún no estamos ahí. Evitar un desarrollo así es clave, ya que es muy difícil de revertir. Un error temprano de muchos comentaristas políticos fue asumir que los partidos populistas son por alguna razón menos durables que otros. No hay evidencia empírica para apoyar a estas afirmaciones, ya que en la mayoría de los países la ultraderecha está arraigada al espectro político. México tiene muchos más problemas que enfrentar y no puede darse el lujo de tener su agenda política secuestrada por tales fuerzas. Sólo veo tres maneras para evitar esto. La primera reacción es luchar contra las nociones xenofóbicas directamente al resaltar sus errores e inconsistencias morales. Desafortunadamente, a través del tiempo la gente crea inmunidades para el razonamiento moral y los hechos acerca de los extranjeros; y en mi vida he notado poco progreso en este problema en Europa (comparen, por ejemplo, al progreso espectacular en respecto a la población gay). De hecho, la única manera en que la gente ha sido regresada al resto del espectro es a través de reenfocar su frustración a otros problemas de mayor urgencia. Si el gobierno actual es capaz de hacerlo y mostrar a las personas éxitos tangibles en tratar con problemas como la pobreza, la demanda para aquellos partidos se puede evitar. La última y más fundamental ruta es abordar las causas raíces de la migración al aportar a la asistencia social y la justicia en los países de origen. En el caso de México, tomar el liderazgo en crear un frente internacional para mejor tratar con la inseguridad y la pobreza sería un buen inicio.