Traducido por Diego Lopez Casas
Nada es más importante en la vida que el autocontrol. De hecho, uno podría argumentar filosóficamente que la habilidad de no hacer cosas es la vida humana en sí. Este ensayo explorará el autocontrol de una forma práctica viendo el rol que juega la restricción al lidiar con muchos de los retos de la actualidad, desde la escasez de agua hasta el cambio climático. Mostraré cómo nuestra cultura actual promueve insuficientemente este tipo de autocontrol, y concluiré con una reflexión sobre la importancia de la austeridad personal en la política Mexicana.
Al momento de escribir, hace calor en el norte mexicano. Bajo estas condiciones, el gobierno estatal normalmente llama a la población con mensajes por toda la ciudad a utilizar menos agua para evitar agotar los recursos hídricos. A pesar del pésimo diseño de estos anuncios, simpatizo con los esfuerzos del gobernador para solicitar a la gente no tirar agua. Es lo correcto. Al mismo tiempo, parece implausible el éxito de estas medidas, ya que se nos pide algo que va en profundo desacuerdo con nuestra cultura actual: no hacer cosas por preocupación colectiva.
La lógica de solución de problemas básica en la cultura occidental, es que los problemas se enfrentan con acciones. En términos políticos, uno típicamente hablaría de la “necesidad de actuar” en situaciones dadas. La enfermedad debe ser curada, los invasores deben ser contrarrestados, y la infraestructura debe ser construida. Sin embargo, al lidiar con las amenazas específicas del siglo XXI con frecuencia se requiere inacción de nuestra parte, más que acción. La lucha contra el cambio climático no demanda reciclar, hacer infraestructura entre otros actos; también debe acompañarse de reducir la producción y el consumo. Comer menos carne, por ejemplo. Mantener la efectividad de medicamentos como antibióticos (piedra angular de nuestra expectativa de vida) implica no sobre-recetarlos y usarlos. Ablandar la sustitución de trabajadores por robots en el mercado laboral (tema sobre el que profundizaré en el futuro) o proteger los negocios locales de los gigantes en línea, implica no usar algunos servicios o dejar de perseguir algunas líneas de innovación.
No es algo a lo que estamos acostumbrados. Además no hacer cosas por una preocupación colectiva, va en contra de la promesa fundamental de la libertad del consumidor en nuestra cultura liberal. Mis estudiantes casi lloran cuando les explico la medida en que comer carne o viajar en aviones contribuyen al calentamiento global. En mi experiencia, los ciudadanos son más propensos a aceptar hacer lo que se les pide hacer, más que lo que se les pide no hacer. En México, esto parece resonar en la forma tan trabajadora, obediente pero corrupta y desorganizada en la que trabajamos y nos organizamos.
¿Qué dices, estoy generalizando? Sí, ¡pero de hecho es algo bueno! Porque discusiones como esta corren el riesgo de atascarse en la moralidad o el carácter de los individuos (donde todos piensan que todos hablan el uno del otro), mientras la auto-restricción también tiene dimensiones importantes. Lo que de verdad es necesario para entender cómo lidiar con estos retos de inacción, es una sociología del autocontrol. Aunque no la tengo, me tomaré la libertad de señalar algunas ideas para arrancar la discusión.
¿Cuándo nos sentimos socialmente animados a exhibir autocontrol? Se me ocurren 3 escenarios principales. El primero es el autocontrol en no renunciar a las tareas duras que se nos ha obligado a realizar. Pasar largas horas de oficina, labores de construcción bajo el inclemente sol, sonreír a tu jefe o maestro acosador, ese tipo de tareas. Como señalaba acertadamente Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad, el mexicano se enorgullece en persistir bajo presión o condiciones severas. Aunque la parte de bajo presión es crucial, ya que la fuente de nuestra restricción es en gran medida externa.
La segunda situación es una de auto-mejora.
Levantarse temprano para ir al gimnasio (y publicarlo en redes), hacer
dieta para entrar en el vestido,
entrenar para una competencia, etc. El ethos liberal, materializado en
librerías llenas de libros de automotivación, propician en el individuo mostrar
disciplina para lograr el crecimiento personal. Se enorgullecen y son
socialmente celebrados por sus sacrificios, pero ulteriormente lo hacen por
ellos mismos.
La tercera situación es la restricción en la amabilidad cara a cara. No
avergonzar a los demás, no comerse el último bocadillo del plato, evitar decir
que te sientes triste cuando te preguntan cómo estás, etc. Nuestra interacción
cotidiana está unida por miles de pequeños actos de auto-restricción. Sin
embargo estos actos de moralidad no pueden ser confundidos con una ética conductual
genuina. Son actos sociales que se exhiben en situaciones sociales concretas.
Pueden dejarse a un lado en la intimidad o simplemente al interactuar con gente
de otra clase, rango u origen.
En pocas palabras, nuestra sociedad promueve el autocontrol a través de presión material y social o de éxito personal. Lo que sigue faltando es la promoción del autocontrol en consideraciones éticas más amplias. En contraste, uno frecuentemente es hecho sentir como un tonto por no evadir impuestos, no viajar por placer, no abusar del poder, no tomar el camino barato y en general no maximizar las ventajas de uno mismo. En el peor de los casos, la exhibición pública de auto-control es afrontada con agresiones (verbales, pasivas u otras), descrédito o cuestionamientos, como lo podrán constatar muchos vegetarianos. Quizá la gente titubea en reconocer que dichas posiciones son posibles, ya que implícitamente sienten cuestionados sus propios actos.
Suficientes quejas. Lo anterior puede ser parcialmente compensado ideando políticas que colectivamente aplique las presiones y recompensas en discusión, forzando lo que no podemos confiar. Sin embargo hay límites para ello, y debemos explorar también la opción de una cultura que promueva el autocontrol de tipos específicos: a) en referencia a las preocupaciones colectivas, b) sin una recompensa o castigo inmediatos. Esto de no hacer cosas puede basarse en una combinación de orgullo, solidaridad y previsión racional de las consecuencias colectivas, combinados con el conocimiento/creencia de que nuestras in-acciones importan. Ya que esta es una discusión mucho más grande y con muchas sub-facetas, en la parte final de este ensayo me concentraré solamente en el aspecto del liderazgo como ejemplo.
Una forma de promover el autocontrol en la sociedad, es liderar con el ejemplo, y un ejemplo de que los líderes pueden ofrecer es ser humildes en términos de su estilo de vida en un mundo vastamente desigual. Un ejemplo casi universalmente apreciado es el Papa Francisco. Aunque los papas literalmente aspiran a convertirse en santos y de ellos se espera que prediquen moralidad. Un ejemplo internacional más cercano, sería el expresidente de Uruguay, José Mujica. Su estilo de vida humilde inspiró a muchos, y le dio autoridad moral para poder abordar problemas éticos, hasta la fecha. Aparte de implementar políticas ampliamente similares a las de Mujica, el presidente de México también es conocido por su estilo personal austero. Mírenlo, este viejo demente que todavía come en las calles, conduce su propio automóvil, viaja en vuelos comerciales, se levanta temprano, etc. En el peor de los casos, los críticos montan este descrédito de su disciplina, a través de noticias falsas sobre cómo es secretamente lo opuesto. En el mejor, lo presentan como populismo y tácticas electorales. ¿Cuál podría ser el punto de no maximizar tu libertad? Siendo honesto, probablemente sea parte de una apariencia populista, pero una muy consistente que ha prevalecido por décadas y que tiene otras dos funciones positivas. Primero, efectivamente ahorra recursos; como reporta Hacienda AMLO hasta 95% menos dinero en él mismo en comparación al presidente anterior. Pero segundo, esta exhibición de (para México) una disciplina extraña, pone un ejemplo raro de auto-restricción por principios. Si ese ejemplo va a inspirar más restricción en el gobierno, una meta explícita de AMLO, sólo el tiempo lo dirá. Pero como alguien que, en un mal día percibe la sociedad como un cúmulo catastrófico de fracaso moral, es un ejemplo bienvenido. Si tan sólo algún joven pudiera poner la humildad de moda otra vez.