¿Te has percatado como frecuentemente los conservadores parecen ser hipócritas o inconsistentes? Podemos aprender mucho de este fenómeno distinguiendo entre tres capas del conservadurismo. El cómo entender a cada una y cómo no ser manipulado, por ejemplo.
Uno no puede simplemente separar a los actores políticos conservadores de su hipocresía. Ya que sea concerniente a escándalos como el último presidente con una mano dura contra los criminales cuyo Secretario de Seguridad trabajó para cárteles de la droga, o tu primo que predica la abstinencia, pero prefiere acostarse con vírgenes. El espectro va desde activistas anti-gay europeos atrapados en fiestas teniendo sexo con otros hombres, hasta políticos de la élite que de repente se han comenzado a preocupar por el medio ambiente (o por los pobres, o el feminismo) cuando son la oposición. Y ni hablar de muchísimos candidatos conservadores que repentinamente descubren a su socialista o liberal interno cuando no hay suficientes espacios para hombres en las listas electorales de sus propios partidos. Todas las familias políticas son inconsistentes hasta cierto punto, pero la consistencia internacional de la inconsistencia de la derecha conservadora es desconcertante.
La buena noticia es que hay un método para esta locura. Este ensayo no es un golpe al conservadurismo en su conjunto, al contrario, es un intento por entender (y en parte redimir) diferentes vertientes del conservadurismo. Para hacer esto, dividiremos el conservadurismo en tres capas: conservadurismo cultural, conservadurismo social y conservadurismo de poder. Cada capa tiene sus méritos y conexión única a otras ideologías. En el mundo de la política partidista, están en capas como en una cebolla, con el conservadurismo del poder en el núcleo, con el conservadurismo cultural y social como los lados más visibles por fuera. Mi crítica está enfocada a actores políticos conservadores, no a gente con opiniones conservadoras, a quienes busco entender. El ensayo argumentará que el riesgo y el problema real yace en la influencia del conservadurismo del poder sobre las otras vertientes conservadoras, y la manera en cómo ciudadanos consternados son engañados a apoyar a las élites.
Empecemos con la capa más visible, la del conservadurismo cultural. Por conservadurismo cultural me refiero al motivo reconocible de proteger las costumbres y los arreglos culturales. Esto puede referirse a rituales religiosos (rituales de matanza, días santos, monumentos) o excepciones religiosas (al servicio público, poligamia, etc.), pero también a tradiciones seculares como la caza o la tauromaquia. El verdadero conservador cultural está motivado principalmente por conservar la distinción de la tradición. Por ejemplo un partidario de escuelas únicamente de niños (o niñas) no siente repulsión por las niñas, pero quiere preservar el carácter único de dicho ambiente formativo (la falta de una distracción supongo). Esto también significa que los fanáticos religiosos no son en realidad conservadores, ya que no basan sus ideas (frecuentemente revolucionarias) en la tradición, sino en escrituras o fantasías. El conservadurismo cultural se combina bien con el nacionalismo en la protección del patrimonio común, y frecuentemente choca con partes de la izquierda-identitaria (como activistas por los derechos de animales y feministas) que buscan cambiar las tradiciones. Uno podría estar en desacuerdo con los conservadores culturales en muchas cosas, es importante recordar que esta postura en sí misma todavía deja mucho espacio para encontrar puntos en común en otros temas más profundos.
Lo que llamare “conservadurismo social” lidia con unos de esos temas más profundos. Este muy diverso conjunto de creencias está unido a una percepción de la necesidad de proteger y preservar la fábrica social de las comunidades y la sociedad en su conjunto. Los conservadores sociales están particularmente preocupados por la capacidad de la sociedad para reproducirse y valoran lo que funciona para la comunidad por encima de las frívolas aspiraciones de los individuos. La sociedad es vista como un organismo, cuyo funcionamiento está constantemente amenazado por perturbaciones y cambios que provienen de muy diversos ángulos, creando diversos activistas sociales conservadores. Estos podrían tomar la forma de perturbaciones por parte de los mercados, como los efectos de la globalización en las comunidades rurales, o la destrucción masiva que la robotización podría causar a nuestra forma de vida. Pero la amenaza también se puede ver en cambios demográficos en la composición de las familias (valores familiares y así), la migración o la legalización de las drogas blandas. Dependiendo del tema, los conservadores sociales pueden ser aliados fuertes (en protección social) o un obstáculo para la izquierda. El punto aquí es que, si bien uno podría estar en desacuerdo, también debe respetar (y encontrar puntos en común) en el razonamiento moral que subyace en gran parte del conservadurismo social.
Esto último es muy diferente para nuestra última capa: el conservadurismo del poder. Llamo así a esta tercera variante, porque lo que los conservadores del poder tratan de conservar son relaciones de poder desiguales. El conservador del poder, especialmente los organizados en partidos políticos, busca proteger, preservar y si es posible expandir el gobierno de la élite y privilegiarse. Históricamente, estos son los aristócratas que defienden el feudalismo, los filósofos de la corte que defienden al rey, los pseudo-liberales que buscan representación, pero no para los pobres, el colonizador jugando a la víctima y el capitalista que recorta el gasto social. Estos conservadores defienden explícitamente las clases y la jerarquía, y creen que, ya sea por tradición o por mérito, los dominadores merecen el respeto de los dominados. Esta es una profecía autocumplida, ya que cuanto más se aplican sus políticas, más crece esta desigualdad, lo que demuestra la superioridad e inferioridad de ambos campos. Si bien el conservadurismo del poder se organiza típicamente en uno o dos partidos conservadores que defienden los intereses de la élite, a veces “sobornan” a las clases bajas alentando el sexismo o el racismo, dándoles a los pobres algún privilegio propio en el que creer. Este tipo de conservadurismo es muy compatible (y generalmente acompañado por) tanto el neoliberalismo como el fascismo, y es difícil de procesar o incluso respetar desde una perspectiva socialista.
En un mundo perfecto, un partido conservador combinaría las tres capas de manera consistente, y las dos primeras limitarían en gran medida la potencia del conservadurismo del poder. En el mundo real, el peligro que quiero señalar en este ensayo es que los conservadores del poder pueden usar la máscara de las otras capas para proteger los privilegios de la élite. La mayoría de la gente siente una aversión instintiva por las élites, la desigualdad y los privilegios y no apoyaría voluntariamente un movimiento político que intente consolidar estos males sociales. Esta es la razón por la que las élites del poder a menudo intentan engañar a las personas tradicionales o moralmente preocupadas para que apoyen a sus partidos políticos defendiendo cínicamente ciertas causas. Cínicos, porque vuelven a demostrar que no se preocupan ni por las tradiciones ni por la comunidad. Mientras hay una consolidación del poder en el interior, por fuera existen derechos a portar armas y la defensa de roles familiares tradicionales.
Un claro ejemplo de esto es el Partido Republicano Estadounidense, cuya agenda estándar de ultra-elite está tan alejada de las necesidades de la mayoría, que el núcleo de su plan de políticas públicas es completamente inelegible. Durante las últimas décadas han recurrido a la “guerra cultural” para unir a quienes se sienten intimidados por el cambio cultural, así como a los millones que votan únicamente por los republicanos debido a su posición sobre el aborto. Ser el ‘partido de la fe’ es un truco (literalmente) barato, que además de ser gratis, ni siquiera requiere ninguna coherencia más allá de declararlo, mirando a los muchos escándalos sexuales. Crees que estás votando a favor de la familia, pero en realidad provocas recortes impositivos masivos e impopulares para los ricos.
En México podemos ver esto en el comportamiento del Partido Acción Nacional (PAN), un partido lejos de “ser un santo” con niveles de corrupción comparables a su socio centrista el PRI. Es importante destacar que están explícitamente respaldados por la élite capitalista (COPARMEX), que en 2021 organizó directamente su plataforma política. Debo señalar que los votantes del PAN no están siendo engañados, ya que en realidad apoyan el conservadurismo del poder y se sienten horrorizados por la idea de que la clase trabajadora tenga una voz política propia. Esto, sin embargo, condena al PAN a seguir siendo la fracción minoritaria que siempre ha sido. Si bien sus esfuerzos para proteger a la comunidad son mínimos (por lo tanto, no son verdaderos conservadores en general), obtienen apoyo adicional al representar mejor la postura conservadora sobre cuestiones éticas y culturales. Sin embargo, para ser conservador, uno no tiene que llevar la voluntad de las élites capitalistas, como, por ejemplo, lo mostró un partido pequeño como el PES en 2018.
Esto último es importante. La gran mayoría de la gente es conservadora en al menos un sentido. Por ejemplo, un empleado es socialmente conservador con respecto a tecnologías como robots e inteligencia artificial. Y yo creo que la institución de la familia necesita un mejor apoyo, pero eso es para otro ensayo. El punto es que agrupar diferentes corrientes de conservadurismo es perjudicial en todas direcciones. Desde afuera mirando hacia adentro, estereotipa a las personas con posturas conservadoras y dificulta la colaboración y el intercambio entre ciudadanos y partidos. De adentro hacia afuera, les da a las personas que están preocupadas por ciertas tradiciones la falsa idea de que de alguna manera tienen que estar del lado de las élites capitalistas.
El conservadurismo del poder hace que los partidos conservadores sean visiblemente incoherentes al apoyar determinadas agendas sociales o culturales, pero no a otras (siendo ambas a favor de la vida pero en contra de una mayor atención sanitaria, por ejemplo), o aliarse con causas fascistas o neoliberales que dañan el tejido social. Sin embargo, la dinámica anterior también se aplica a los progresistas, donde muchas personas “woke” se ven tentadas por las políticas de identidad para apoyar a las élites (o destrozar a sus enemigos) en el centro o la derecha que no tienen su interés material en mente. La verdadera lección aquí es que, como siempre con el desenmascaramiento de la ideología, primero tenemos que mirar los intereses de clase para comprender lo que realmente está sucediendo. Si lo hacemos en la izquierda, se puede trabajar con muchos conservadores, siempre y cuando jalemos sus barbas cada vez que tengamos la oportunidad para ver si no se cae.
Traducido por Sebastián Mercado