En muchos países se pueden encontrar movimientos políticos que combinan una preocupación proclamada por los “valores familiares” con las políticas económicas neoliberales. Como discutiremos en este ensayo, esas dos posiciones están en una relación tensa entre sí y requieren un replanteamiento.
Cuando nació mi primer hijo, el hospital privado nos preguntó si queríamos comprar el paquete que nos incluía “apego”, que para fines prácticos consiste en cargar al bebé (!) justo después del nacimiento, por más de 3000 pesos. Rechazamos este acto descarado de convertir a nuestro recién nacido en una mercancía, ignorando la advertencia implícita de que si no se creaba un lazo emocional desde el nacimiento, podría sufrir inestabilidad emocional durante toda la vida. Debido a la pandemia, tuvimos que regresar a este excesivo hospital con mi segundo hijo, en donde desconocía que en el acto de escuchar su longitud, aparentemente compré la cinta que usé para medirlo (¡que claro que me llevé a casa!) por 129 pesos. Le ahorraré al lector más historias absurdas similares, pero lo anterior ayuda a ilustrar hasta qué punto el capitalismo ha encontrado formas de comercializar a la familia desde el momento del nacimiento.
En la actualidad, la comercialización ha penetrado todos los aspectos de la crianza en una familia, ya que casi todos los productos regulares existen en una versión infantil más cara, que generalmente es idéntica: ¡agua para bebés! Una de las razones por las que hay tanto dinero en este carril es que criar hijos sigue siendo excesivamente difícil para las familias en el siglo XXI, lo que hace que los padres acojan con agrado cualquier promesa de aliviar o mejorar este trabajo. En este ensayo exploraremos más a fondo la difícil situación de las familias en la sociedad liberal.
Empezaremos por la composición familiar básica. En la mayoría de las sociedades, si bien siempre ha existido un vínculo especial entre el niño y los padres (generalmente la madre), históricamente se considera que la crianza de los hijos es, al menos en parte, responsabilidad de la sociedad como conjunto. Como decía Platón, sin esta participación igualitaria en la sociedad es imposible. Con la modernización vino un mayor énfasis en el núcleo familiar como unidad central, y en los últimos 30 años la familia de un solo ingreso con el padre dedicado es reemplazada cada vez más por familias de dos ingresos. Esto es en parte debido a la emancipación femenina, pero por otro lado también debido al estancamiento de los salarios durante los años neoliberales y una mayor presión sobre ambos padres para que trabajen para mantener a la familia o mantener las apariencias. Si bien algunos pueden aclamar este último movimiento desde una perspectiva de igualdad de género, debemos de enfatizar que el estándar social de dos ingresos perjudica a los padres solteros. Por múltiples razones, la tasa de divorcios también siguió aumentando durante este período, dejando a muchos padres vulnerables.
Además, las familias se ven perjudicadas tanto por la ausencia de una verdadera igualdad como por una mayor dificultad para hacer las cosas de la manera “tradicional” como alternativa. Las mujeres todavía ganan sustancialmente menos que los hombres en México, mientras que los hombres, por defecto, no disfrutan o disfrutan de derechos extremadamente limitados a la licencia parental cuando tienen hijos (en el caso de su servidor, Recursos Humanos nunca le devolvió el correo). Estos derechos en general son mucho menos generosos que en los países socialistas, como en Suecia, que brinda 480 días para dividir entre los padres. Y esto hablando si alguno tiene derechos o seguridad social en absoluto, ya que la mayoría de los padres mexicanos (incluyendo muchos de clase media) todavía trabajan sin el contrato adecuado.
El resultado es una situación que pone a prueba a las familias de dos ingresos, tanto económicamente como en términos de tiempo. En ese sentido, hay que reconocer que la familia independiente de dos ingresos que ‘se las arregla bien’ es simplemente una ficción en México. En muchos casos, el exceso de trabajo doméstico lo llevan a menudo los abuelos, cuya inactividad económica es la clave para la reproducción de la sociedad. Para la clase media (alta), esto a menudo se complementa con el trabajo informal de los trabajadores domésticos (permanentes), típicamente de origen sureño. Lo anterior apunta a la dura realidad de que la emancipación de la mujer de clase media en muchas familias de dos ingresos es una simulación: se subcontrató a otra mujer más vulnerable. El cliché solía ser que detrás de cada hombre exitoso hay una mujer fuerte, pero ahora cada vez más detrás de cada madre exitosa se encuentra una niñera indígena, una madre sacrificada o un divorcio inminente.
Exploremos más a fondo el aspecto de clase de esta situación. Los ricos son en gran medida inmunes al estrés de la vida familiar diaria, ya que un ejército de sirvientas, niñeras, cocineras, guardias, jardineros y conductores esencialmente protege tanto a los padres como a los hijos de la vida adulta. Para ellos, pasar tiempo con la familia es un momento para relajarse (o para moralizar). Además, las familias verdaderamente ricas por lo general todavía pueden alcanzar el estatus de un ingreso único sin problemas, liberando a la mujer para administrar (pero no hacer) el trabajo doméstico. Sin embargo, a menudo son exactamente estas personas las que defienden los valores y la planificación familiar conservadora, y moralizan a los pobres sobre su educación; todo mientras votan por partidos neoliberales que toleran el trabajo informal, la subcontratación (outsourcing), los bajos salarios y la falta de programas sociales.
Mientras evaluaba proyectos sociales de estudiantes pertenecientes a una universidad de élite no revelada, más de una vez noté la inclinación de los -hijos con conductores que ven a su papá una vez a la semana- sugerir que los padres pobres necesitan pasar más tiempo con sus hijos. Y aunque esto es esencialmente cierto, tales proyectos (talleres, etc.) generalmente fracasarían, ya que ignoran la necesidad de los padres de ganar dinero desesperadamente para alimentar a esos niños. Esta anécdota apunta a una de las paradojas centrales de la política conservadora: culpamos a los padres por el estado de su familia, mientras construimos una sociedad competitiva y dura que obstaculiza cada vez más la vida familiar.
Si solo las clases media-alta y alta pueden competir en este juego de valores familiares, ¿qué pasa con el resto? Como se mencionó anteriormente, la clase media lucha por cualquier atajo que pueda pagar, desde ayuda doméstica en la fiestas, hasta tabletas y bocadillos azucarados para mantener feliz al pequeño Miguelito. Las familias más humildes necesitan recurrir a una estructura de ingreso único, que casi asegura la pobreza pero (típicamente) permite a la madre salvaguardar la crianza de los hijos. O se debe combinar la dependencia en la familia y los vecinos con una estructura de doble ingreso (o triple, incluyendo al hijo mayor que abandonó la escuela). Esta situación evidentemente puede generar estrés o retrasos en la educación, la socialización o el desarrollo, con peligros adicionales en caso de que los niños tengan necesidades especiales. En una nota al margen: ¿qué tiempo queda para la participación política?
Por último, la juventud de clase media está cada vez menos interesada o retrasando la fundación de una familia. La comprensión tácita de todas las dificultades mencionadas anteriormente es una de las razones de esto. Sin embargo, las mujeres también son persuadidas de retrasar a los hijos por la descripción neoliberal de la emancipación como carrera profesional y la idea popular de que la dureza de una vida así debe de compensarse con viajes. Como era de esperar, el culto a las mascotas como ‘los nuevos hijos’ (incluidos gastos excesivos similares) y un discurso negativo pseudo-ambientalista sobre los niños ganó popularidad entre los ciudadanos más jóvenes. Si bien el capitalismo nunca pierde la oportunidad de comercializar tanto el tener, como el no tener hijos, los conservadores sociales tienen razón al señalar que la disminución de las tasas de natalidad tiene implicaciones para la reproducción de la sociedad y la seguridad social (¿quién pagará su pensión?).
Si bien existen ventajas ambientales al reducir las tasas de natalidad, en esencia tenemos que estar de acuerdo con los conservadores sociales en que las familias merecen más atención y ayuda. Al reflexionar sobre este problema, hay dos posiciones ideológicas que debemos evitar. Por un lado, muchos de los conservadores antes mencionados tienden a apoyar agendas neoliberales que en la práctica socavan la vida familiar. Menos redistribución, más “flexibilidad” del mercado laboral (informalidad, horarios irregulares) y más competencia no resolverán este problema. Por otro lado, el discurso anti-niños “progresista” emergente no hace nada para ayudar a las familias reales. Además, debemos dejar de ignorar estas luchas con la excusa de una emancipación de género simulada, ya que en la práctica esto no ocurre con demasiada frecuencia (choquen esos cinco los padres que sí se las arreglan) y termina en divorcio, o está reservado para los ricos.
Si la sociedad todavía pretende preocuparse por los valores familiares (o ser provida), necesita apoyar verdaderamente a las familias. Eso implica más que una retórica conservadora, involucra comprender los efectos de las políticas sociales. A veces esto es sencillo, como la expansión de la 4T para brindar apoyo a niños con discapacidades, el apoyo para madres trabajadoras o las transferencias de efectivo para niños estudiantes que eliminan el incentivo de abandonar la escuela para trabajar. Pero también políticas como la pensión universal son relevantes, ya que reconocen el papel clave de los abuelos apoyándolos económicamente, así como los subsidios de empleo juvenil (para los “ninis”) que ayudan a las personas a independizarse.
Sin embargo, estos no son suficientes. Si vamos a pretender tener igualdad de género y todavía tenemos familias funcionales, el siguiente proyecto tienen que ser las instituciones sociales (o los salarios deben subir a niveles de un solo trabajador). La licencia parental ampliada e igualitaria es un punto de partida, pero es solo la punta de un iceberg que incluye nutrición, trabajo social, servicios públicos de calidad, cobertura de terapia (no solo física), etc. A su vez, además de requerir redistribución, las medidas tomadas en forma de derechos sociales no importarán mucho cuando se combinan con el empleo, ya que siempre habrá empleadores que seguirán prefiriendo el trabajo informal. Sacar todo el iceberg por encima del agua va más allá del alcance de este ensayo. La era neoliberal ha hecho mucho para hacerles la vida más difícil a las familias, el primer paso es tener una discusión abierta y honesta que identifique el daño y establezca expectativas sobre cómo se supone que la gente debe criar a la gente en esta economía.
Traducido por Astrid Magaña