Este ensayo afirma que el abuso de poder más importante de las últimas décadas no es un evento único, sino el fomento de la cultura de la simulación. No es sólo el crimen o una política en particular, sino el encubrimiento o la falsificación de la elaboración de políticas lo que causa daños físicos y psicológicos a la sociedad a largo plazo.
1. La simulación y sus funciones.
La simulación se refiere a pretender hacer o ejecutar políticas o regulaciones realizándolas sólo en forma externa pero no en contenido o espíritu. Luego de profundizar en este concepto, se discutirá la producción de una cultura de simulación, así como las consecuencias de este abuso de poder. Para entender cómo el cultivo de la simulación es un abuso de poder, primero tenemos que discutir cómo se estructura el poder en México. Mucho se ha escrito sobre cómo México tiene un estado centralizado, los poderes extendidos de la presidencia, etc. Si bien esto puede ser cierto en términos de diseño constitucional (y respaldado por la tradición del dedazo), en el día a día el poder opera de manera difusa, negociada y en red. Las élites políticas comparten el poder con las élites económicas (incluidas las criminales), y lo hacen no solo en la cima sino a través de una difusa telaraña de privilegios locales y represión que se extiende por todo el estado y gran parte de la vida civil y económica. El poder dado es difuso, también lo es el abuso de poder y los actores responsables del mismo. Esta corrupción generalizada y difusa que caracteriza a México se sustenta entre otras cosas en un mecanismo particular de gobierno: la simulación.
¿Qué es la simulación? Comenzaremos nuestra discusión de este término predominantemente mexicano con un ejemplo arquetípico: la construcción de hospitales de fachada sin nada por dentro. Cientos de estas instalaciones falsas han salido a la luz en los últimos años y, afortunadamente, muchas se reacondicionaron durante la pandemia. Si bien algunas de estas construcciones pueden haberse detenido por razones financieras legítimas, nuestro enfoque está en aquellas que se construyeron lo suficiente como para permitir una inauguración o al menos un anuncio, y luego se abandonaron una vez que se completó el espectáculo. El objetivo nunca fue construir un hospital, sino simularlo.
Por lo tanto, la simulación se refiere a pretender hacer o ejecutar políticas o regulaciones sin realmente realizarlas, o más bien realizándolas sólo en forma pero no en contenido o espíritu. La simulación puede aplicarse a demostraciones espectacularmente grandes de corrupción, como las elecciones puramente formales sin oposición del siglo XX, o en las elecciones manipuladas como en 1988. Otros ejemplos grotescos de meta-simulaciones podrían ser la llamada ‘guerra contra las drogas’, cuyos principales protagonistas se encuentran actualmente enjuiciados por su colaboración con cárteles de la droga. Pero la simulación también se da a pequeña escala, desde los cursos de capacitación vacíos que casi todos los empleados públicos tomaron en algún momento; a la elección de falsos consejos estudiantiles en las universidades o los millones de niños de las escuelas que en papel leen literatura clásica, es decir: resúmenes de resúmenes.
La simulación existe porque cumple varias funciones para quienes están en el poder. En primer lugar, está el encubrimiento de la corrupción y robo, por ejemplo mediante la entrega de infraestructura vacía como en el ejemplo de los hospitales. Lo mismo puede decirse de evitar normas como las inspecciones de trabajo o las elecciones internas, que se cumplen en la forma pero se incumplen en el contenido. Otra función es la falsificación de la formulación de políticas, ya sea simplemente por no cumplir con los proyectos anunciados o por centrar la atención en casos excepcionales muy publicitados que ocultan el fracaso general de las políticas. La simulación de políticas sociales locales merece una mención especial, donde se prefieren iniciativas muy visibles a intervenciones estructurales, por ejemplo pintar de colores las casas de los barrios pobres. Por último, la simulación tiene la función de mantener la apariencia y la estabilidad del proyecto para el mundo exterior. Los ejemplos van desde la manipulación de las tasas de pobreza hasta la organización de elecciones formales con un solo partido para ayudar a sostener la idea de que la política exterior de Estados Unidos apoyó las democracias en América Latina durante el siglo XX.
2. De la simulación a una cultura de la simulación.
El objetivo de este ensayo no es enumerar la larga serie de encubrimientos y actos de corrupción, sino reflexionar sobre cómo estas simulaciones individuales conducen a una cultura. Lo que ha ocurrido es que la simulación se institucionalizó, es decir, se convirtió en un comportamiento habitual y esperado dentro de determinados entornos sociales. Si bien algunos elementos de simulación se remontan al comienzo de la república, como la atención barroca a la forma o las famosas “máscaras” detrás de las cuales Octavio Paz afirmó que los mexicanos se esconden, nuestro enfoque estará en los últimos cuarenta años.
Dado que la simulación es un abuso de poder difuso que involucra a muchos actores, su propagación no ocurrió en un solo momento. Una evolución importante fue la transferencia tanto de una forma de gobernar como de personal familiarizado con estas formas del PRI a (entre otros) el PAN y el PRD una vez que estos últimos ganaron más posiciones de poder. Sin embargo, la simulación también se institucionaliza a través de la observación mutua de los involucrados en la práctica. En contraste con otras formas históricas de falsa propaganda, la simulación a menudo tiene un aspecto cínico, ya que la falsedad de la política o auditoría puede ser clara para la mayoría, si no es que para todas las personas involucradas. Si bien con la propaganda de alto riesgo esto puede ser una desventaja, a nivel local ayuda a normalizar la práctica: primero al no protestar contra la práctica, luego al participar en ella, los empleados y ciudadanos ayudan a hacer que lo que es falso, socialmente, sea real.
Por último, la presión juega un papel clave en la creación de una cultura de simulación. Esto puede tomar la forma de presión directa para participar (tomar fotografías sólo en el ángulo correcto, aplaudir al único candidato, aprobar auditorías vacías), convirtiéndolo en parte del conjunto de habilidades de los empleados. Una variante pueden ser los ciudadanos que son socializados para que “sigan el juego” en la simulación de políticas para recibir cualquier tipo de ayuda para sus comunidades. Sin embargo, la presión también se aplica de manera indirecta a través del establecimiento de expectativas poco realistas. Dado que gran parte de la simulación se compone de trabajo que en realidad no se realiza, los niveles de producción esperados formalmente se sobreestiman estructuralmente con el tiempo. Desde planes de estudio poco realistas para los estudiantes hasta objetivos impuestos de arriba hacia abajo, a menudo para encubrir una simulación anterior, muchos mexicanos son educados a fingir sus actividades para mantenerse al día.
Se podría argumentar que con la ritualización de la simulación, hoy en día la cualidad “artística” de la práctica ha sufrido una decadencia. El nivel de cinismo y simple pereza en algunos casos recientes sugiere que estamos viendo casi una “simulación de simulación”, por así decirlo. Por ejemplo, hubo casos de candidatos predominantemente del PAN que eludieron la cuota de diversidad, al registrar a hombres mayores como mujeres transgénero en 2018, y el intento de 2021 de utilizar a políticos ‘white Mexican’ como candidatos indígenas. Más recientemente, las “obras de buena virtud” demasiado transparentes y sobre todo efímeras del gobernador de Nuevo León y su esposa han molestado al público por insultar su inteligencia. Estas iban desde trucos locales como pretender quitar el grafiti (pero solo en un metro de pared) hasta repartir pan a las personas sin hogar (pero solo por un día), hasta acciones más cercanas al abuso de poder que atrajeron la atención de todo el país como la adopción de un niño por un fin de semana.
3. Las consecuencias de la cultura de la simulación
La simulación se convirtió en una cultura, tanto en el sentido de una tradición dentro de las instituciones, como en un conjunto de mecanismos de supervivencia. Como tal, la simulación vive independientemente de un mayor abuso de poder centralizado. Sin embargo, ¿por qué el establecimiento de esta cultura sería tan o incluso más dañino que cualquier abuso de poder en particular?
Primero discutiremos una serie de efectos visibles y directos en las políticas públicas, antes de pasar a las consecuencias indirectas. El más evidente es el encubrimiento de delitos, como el robo de bienes del Estado. La simulación puede ocultar el delito en sí mismo (cambiar medicamentos reales por falsos, por ejemplo), ser parte de un esquema de facturación falsa en el que los servicios o bienes se entregan solo a medias, o simplemente actuan como una distracción.
Más estructuralmente, una cultura de simulación puede conducir a una sobreestimación de las capacidades del Estado. Si, por ejemplo, los vehículos o el asesoramiento de expertos se adquieren en papel pero no en la práctica, una agencia gubernamental en particular tiene menos capacidades de las que debería tener. Esto es particularmente dramático en el cuidado de la salud. En términos más generales, si la simulación penetrara tanto en la educación misma como en la acreditación de los servicios educativos, el gobierno podría tener déficits ocultos de habilidades. Al mismo tiempo, la simulación también puede conducir a una subestimación de los costos reales de recursos y tiempo para hacer las cosas de manera correcta. Esto puede llevar a que las agencias gubernamentales nunca adquieran la tecnología, las habilidades y los conocimientos necesarios para cumplir con sus funciones.
Se podría ampliar la lista anterior, pero para el propósito de este ensayo, debemos observar las consecuencias sociales y culturales que creó este abuso de poder sistémico. El primero es la desilusión masiva con las instituciones de la vida mexicana. Como esto afecta a las personas depende de su posición. Aquellos que no están involucrados en la simulación en sí a menudo pueden ser engañados hasta cierto punto, que es después de todo el propósito. Pero a medida que la verdad histórica se pone al día y la calidad de la simulación se degrada, la mayoría de las personas experimentan una mayor conciencia de que muchas cosas son falsas. Este proceso de desencanto es común en todas las culturas, pero en México se extiende más allá de las rimas infantiles hacia instituciones clave como el sistema de justicia, las fuerzas del orden público, el mercado laboral, etc. Esto es particularmente trágico para los estudiantes, para quienes en muchos casos su comprensión del contenido de su profesión elegida (derecho, contabilidad, política, etc.) aumenta al mismo ritmo que su comprensión de la naturaleza del cartón. Para aquellos que participan y observan mutuamente la fabricación de políticas y el cumplimiento, la cultura de la simulación puede generar sentimientos de alienación de su propio trabajo y, a menudo justificados, complejos de impostores.
Una segunda consecuencia social que se suma a la anterior es la paranoia generalizada sobre lo que es real o no, en particular en relación con los asuntos públicos. La verdad es víctima de la mentira, y así como las fake news afectan la credibilidad del periodismo real, la simulación afecta la credibilidad de lo que pretende simular. Esto es particularmente cierto para las políticas que involucran la participación: a pesar del reciente entusiasmo del gobierno por tales proyectos, la desconfianza es uno de los obstáculos más importantes para su éxito en el futuro visible. La naturaleza de la simulación en sí es importante aquí en comparación con otras formas de abuso de poder: auditorías, inspecciones, investigaciones y certificaciones son exactamente el tipo de políticas que deben simularse, lo que hace que la confianza sea difícil de reparar. La desacreditación de la investigación oficial inicial sobre la desaparición de los 43 estudiantes en Ayotzinapa durante 2014 es uno de los ejemplos más conocidos de esto. Las consecuencias de la estimulación se extienden más allá de la baja estima del sector público, e incluso pueden llevar a que las personas no reconozcan o incluso entren en pánico ante políticas que no son simuladas. Si el ensayo y error de la elaboración de políticas reales permaneciera oculto durante décadas, los ciudadanos podrían tener dificultades para entender la honestidad. Tenga en cuenta que la paranoia y la desilusión descritas anteriormente suelen tener un efecto desmovilizador en las personas, por ejemplo, no denunciar los abusos por falta de confianza en los mecanismos. Esto, combinado con la paranoia que desdibuja las líneas entre quién es y quién no es corrupto (normalizando así en parte a quienes lo son), puede hacer que estos efectos negativos sean funcionales para ciertas élites.
Una tercera y más amplia consecuencia es la estimulación de una cultura de la ilegalidad y la pérdida de valores y habilidades. El discurso conservador sobre cómo los grupos descarriados carecen de la educación de “valores del hogar” (en términos sociológicos: socialización primaria), olvida cuántas cosas buenas se desaprenden más adelante en la vida a través de la educación específica de roles (socialización secundaria). Más que carecer de valores o carácter, la cultura de la simulación a la que se sumergen los jóvenes mexicanos les exige aprender rápidamente la diferencia entre lo que se requiere en la forma y en la práctica. Aquellos que optaron por participar en la simulación, desde cobrar facturas para reclamar los impuestos de las empresas hasta recibir pagos por alentar a los políticos en múltiples cuentas en redes sociales, se corrompen. Los que no participan parecen tontos. Paralelamente a la pérdida de valores, hay una pérdida de habilidades, desde la participación ritualista en los cursos de capacitación falsos antes mencionados, hasta nunca aprender cómo hacer realmente las cosas que pretendemos hacer. Estos comportamientos no se corrigen ni se evitan cuando los líderes a los que se siguen en su entorno institucional exhiben la misma corrupción.
4. En conclusión
El principal abuso de poder en las últimas décadas fue la generación de una cultura de simulación para encubrir abusos de poder específicos, que se fue filtrando a una lógica ritualista de gubernamentalidad, y más amplia, viviendo y trabajando en México. Si bien no es la consecuencia de un solo acto de abuso de poder, los actores poderosos aún eligen esta forma de tratar los problemas en cada caso individual, así como corromper a otros al pedirles que participen. Esta mentira se ha salido de control y se ha convertido en una fuerza propia. En muchos sentidos, la cultura de la simulación es como un fantasma: si bien los abusos de poder originales que la engendraron están muertos, sigue vivo como un ritual y perseguirá a los vivos durante las próximas décadas. El gobierno actual puede o no haber abandonado el camino de este particular abuso de poder, pero se posiciona explícitamente en contra y politiza la simulación. Hay esperanza de que hasta ahora esto viole una de las reglas de la simulación mexicana: si bien se permite que el gesto sea obviamente falso para todos los involucrados, no se puede hablar formalmente al respecto. Cuestionar públicamente nuestra política, economía y gobierno genera discusiones sobre su verdadero contenido y puede generar actitudes críticas incluso entre ciudadanos divididos.
Eso, por supuesto, siempre que no se simule el propio debate público, por ejemplo mediante el uso masivo de bots (cuentas falsas controladas centralmente) en las redes sociales para impulsar ciertas posiciones o información. Como se mencionó anteriormente, la simulación ha corrompido muchas de las curas obvias (escrutinio de los medios, auditorías, etc.) que podrían sugerir aquellos que no se dan cuenta completamente de su profundidad. Si bien la sociedad ha mostrado recientemente signos claros de cansancio con esta tradición, la cultura de la simulación aún debe ser combatida de frente como institución. Si bien diferentes personas tienen diferentes agendas en este asunto, no optar por simular cuando una opción se presenta es un punto de partida, aunque solo sea como un ejemplo para que otros observen. Cuestionar no solo si uno debe involucrarse en una simulación ritual, sino especialmente por qué, puede ayudar a romper las tradiciones tóxicas.
Traducido por Keren Venegas