La reacción política y social ante los robots y la inteligencia artificial se está desarrollando mucho más lento que la tecnología. Este ensayo explora el debate y pregunta por qué tantas personas parecen ser incapaces de tomar en serio este peligro de nivel de extinción.
Gran parte de la reciente discusión pública sobre los peligros de la Inteligencia Artificial ha sido ridículamente ingenua, no porque los “críticos” exageren los peligros que representan las máquinas, sino por lo que afirman temer. Se dedica mucho espacio a discutir sobre privacidad, sesgo racial, verificación de hechos y otros temas liberales seguros. Estos son debates simbólicos que esencialmente piden una IA más despierta y funcionan como una cortina de humo para los problemas centrales: el peligro de la desubicación y sustitución social masiva, y la amenaza de volver irrelevantes a los seres humanos.
Ya he escrito extensamente sobre los peligros específicos de la robotización para el mercado laboral y cómo la industria cultural desvía constantemente nuestras preocupaciones sobre los robots lejos de los problemas socioeconómicos. Los recientes avances en inteligencia artificial han revitalizado este debate, con aplicaciones basadas en el lenguaje como Chat GTP que pueden entender y escribir casi cualquier cosa, lo que hace visible el verdadero poder de la IA al público en general. Sin embargo, no importa cuán terribles sean las cosas, siempre hay un ejército de apologistas (principalmente periodistas y profesores) listos para calmar las preocupaciones públicas y burlarse de los tecno-pesimistas como yo. Dado que el debate ha cambiado dramáticamente a favor de mi posición, en este ensayo me centraré en la discusión en sí en lugar de en las habilidades de las máquinas o en la magnitud del riesgo. Argumentaré que la incapacidad para tomar la robotización en serio se debe en gran parte al fracaso fundamental para considerar el contexto capitalista en el que tienen lugar estos desarrollos. Muchos argumentos y sueños optimistas parecen tener lugar en un mundo completamente diferente, y es hora de recuperar el manto del realismo.
Además de estudiar y participar en el debate académico y mediático, desde 2018 he estado discutiendo la robotización con todas las personas dispuestas a hacerlo, incluyendo a docenas de ingenieros, ejecutivos de empresas, desarrolladores de software, etc. Discutiré los tres argumentos más comunes:
- “Siempre habrá suficientes trabajos para que los humanos hagan”: este argumento suele utilizarse como última línea de defensa, pero sirve como una buena apertura debido a lo rápido que ha envejecido. Cuando se les pregunta cuáles son estos trabajos, las personas suelen no saber responder o mencionan a artistas. Además, estos últimos no son exactamente un grupo económico fuerte, ya que la Inteligencia Artificial ha sido capaz de dibujar imágenes, componer música y escribir ficción desde hace años. Cocinar es otra respuesta popular, irónicamente la categoría de trabajo con el mayor riesgo estimado de automatización. Una variante de este argumento es que deberíamos “unirnos al software” y todos convertirnos en programadores. Esta opinión fue repetida por el entonces candidato presidencial Joe Biden en 2019, cuando aconsejó a las personas en sectores en peligro que aprendieran a programar. Tres años después, cuando en el invierno de 2022 se hizo evidente que el chat GTP podía escribir código, cientos de miles de trabajadores de TI empezaron a perder sus empleos mágicamente. Lo que hace que una Inteligencia Artificial similar sea tan inquietante es que, mientras que muchos robots anteriores reemplazaron el trabajo manual, son precisamente las tareas creativas las que ahora están bajo ataque. El punto clave a entender es que los robots -por definición- se desarrollan para replicar las capacidades humanas (hablar, construir, analizar, etc.) con un grado de autonomía, con la intención explícita de reemplazar a esos humanos. Aunque podemos enumerar capacidades que las máquinas aún no pueden realizar, esta lista seguirá disminuyendo porque los desarrolladores tienen esta lista exacta frente a ellos. Somos una especie cazada.
- “La humanidad sobrevivió a las revoluciones industriales anteriores, ¿por qué temer ahora?”: probablemente el argumento más fuerte de los escépticos ha sido que históricamente la gente ha temido a las máquinas, pero en el siglo XX la humanidad encontró formas de mantener el empleo a niveles no catastróficos. Este argumento siempre ha sido problemático, no solo porque millones de personas sufrieron durante las revoluciones tecnológicas anteriores, sino también porque esa supervivencia requirió enormes intervenciones gubernamentales y atención política. El capitalismo no se reequilibró por sí solo, lo hicieron los gobiernos y la educación pública. Hoy en día, el problema mayor es que los desarrollos tecnológicos actuales no son comparables a los anteriores y superan incluso las estimaciones recientes tanto en habilidad como en velocidad. Los cambios tecnológicos anteriores (como Internet y las computadoras) permitieron nuevos sectores económicos enteros como los videojuegos o el diseño web, mientras que la actual ola de robotización se centra principalmente en automatizar procesos existentes. El peso completo de estos cambios no es visible en todas partes debido a varias dinámicas y al tiempo que toma implementarlos en los mercados reales. En Occidente, las evoluciones demográficas, como el retiro de la enorme generación del baby boom, nos darán un tiempo valioso en el mercado laboral. Pero a largo plazo, esto es una calle de una sola dirección: una vez reemplazados, es difícil recuperar los empleos a menos que los consumidores de alguna manera prefieran productos hechos por humanos.
- “Los robots y la inteligencia artificial nos permitirán centrarnos en cosas más productivas”: existen muchas variantes de este argumento, pero en esencia todas giran en torno a: a) los beneficios percibidos de la inteligencia artificial para causas sociales no relacionadas como la educación o los grupos marginados; b) la idea de que el trabajo se volverá más fácil. Los ejemplos concretos de que estas cosas realmente sucedan a gran escala son generalmente escasos, y por buenas razones. Existe una diferencia fundamental entre las aplicaciones teóricas (abstractas) de la tecnología y la aplicación plausible de la tecnología dentro de una estructura económica o política concreta. Diferentes sociedades crean diferentes caminos de desarrollo tecnológico. Muchas de las opiniones optimistas parecen asumir subconscientemente algún tipo de estado comunista ideal, donde aquellos que poseen los robots tienen en cuenta las necesidades de la población en general. En realidad, las máquinas inteligentes se desarrollan no para ayudar a los niños pobres, sino para reducir los costos laborales y aumentar la productividad y el control para las empresas; ¿por qué asumiríamos que las empresas fracasarían en este objetivo? Imagina que Wal-Mart invierte millones en reducir su fuerza laboral y de alguna manera termina empleando a más personas, además de ayudar a los niños indígenas con su tarea como un efecto secundario imprevisto. Nuestro trabajo nunca se vuelve verdaderamente más fácil; simplemente eliminamos a las personas que luego son olvidadas y sobrecargamos a los empleados restantes con las tareas que quedan. Sabes esto, querido lector, porque lo has visto suceder en tu propio trabajo, ¿por qué engañarte a ti mismo pensando que el resultado sería diferente?
Mientras que el debate solía centrarse en estimaciones optimistas/pesimistas sobre la capacidad de las máquinas, hoy en día los riesgos son más claros y los escépticos tienen que recurrir a pensamientos esperanzadores y eufemismos. Amplios sectores de la sociedad (incluyendo a la mayoría de los políticos) todavía parecen incapaces o no quieren confrontar el problema y mirar el peligro de frente. En los últimos años he sugerido varios posibles pasos que podríamos tomar para proteger los mercados laborales, desde fortalecer el seguro de desempleo hasta reducir la semana laboral o fortalecer el emprendimiento cooperativo. Muchas de estas propuestas son medidas esencialmente socialistas (pensiones, empleo subvencionado, etc.) que se recalibran para la ocasión. Pero cuando se trata del problema existencial más amplio de reemplazar las habilidades y la creatividad humanas, solo hay dos caminos: contener el desarrollo de los robots o crear el sistema político y económico en el que nuestros sueños optimistas sean menos ingenuos.
Para contener con éxito a los robots y la inteligencia artificial, debemos desarrollar una comprensión más profunda de cómo funciona el reemplazo de los humanos por máquinas en nuestro sistema. Por ejemplo, en el caso de los robots de fabricación, si tomamos en cuenta los costos de desarrollo, las máquinas no son necesariamente siempre más baratas que contratar trabajadores humanos más flexibles. Sin embargo, el hecho de que las máquinas como inversiones de capital sean deducibles de impuestos en muchos países ayuda a explicar por qué las empresas se esfuerzan por implementarlas. Los cambios técnicos en la política fiscal o industrial para hacer que los robots sean menos atractivos (o los humanos más atractivos) deben ir acompañados de un control más directo sobre el progreso tecnológico. Aquí no me refiero solo a ‘verificaciones y equilibrios’ por parte de expertos o consejos de ética, sino a un control democrático real por parte del pueblo. Olviden las ‘preocupaciones’ de los multimillonarios o los investigadores de IA sobre las tecnologías que ellos mismos desarrollaron, su sabiduría es la sabiduría del adicto que descubrió que es adicto. Lo que la humanidad necesita para protegerse a sí misma es un control democrático directo sobre la legalidad de ciertas innovaciones; por ejemplo, permitiendo que la población vote si quiere coches autónomos.
El único otro camino es desafiar el sistema capitalista que está impulsando estos cambios. Si se va a utilizar la IA para el beneficio colectivo de la humanidad (algo en lo que personalmente no creo), esto solo puede suceder dentro de un sistema en el que la lógica impulsora sea el beneficio colectivo. Traducido para los tecnócratas, el ‘algoritmo’ no puede ser el beneficio para las élites competidoras. En un sistema así, la decisión sobre el uso de las máquinas no puede estar en manos de las entidades que las poseen o desarrollan. La supervivencia ya no dependería completamente de la capacidad para firmar un contrato con empleadores privados que pueden o no necesitarle. Los trabajadores necesitarían tener voz en qué tecnologías se implementan en sus trabajos, y a través del estado, la población en general debería poder tener voz en qué desafíos se aplica la IA. En otras palabras, requiere la socialización de los medios de producción, o como algunos lo llamarían: comunismo. Si esa palabra te asusta, sugiero que vuelvas al párrafo anterior y nos ayudes a pensar en cómo nuestra sociedad actual podría salvarse.
Solo he tocado algunos de los motivos por los cuales no tomamos en serio la robotización. Además de malentender estas evoluciones fuera de su contexto capitalista, muchas de las empresas más poderosas del mundo tienen un interés en el optimismo. Además, un fuerte impulso por parecer modernos y actualizados podría explicar el comportamiento de algunas personas, mientras que el simple miedo a enfrentar las consecuencias podría hacer que otros entierren la cabeza en la arena. En el sentido más amplio, este tema se relaciona con un problema más fundamental que también afecta los debates sobre el cambio climático: ¿todavía tenemos la capacidad de tomar algo en serio? Recuerden que para muchos, la primera gran exposición a la fotografía de la inteligencia artificial (léase: limitless fake news) fueron fotos divertidas del papa. Tal vez tengamos que darle la vuelta a la famosa cita de Karl Marx: primero como farsa, luego como tragedia.
Traducido por Keren Venegas