Traducido por Daniel Evangelista Moreno
Se está volviendo cada vez más claro que el combustible en el motor de la sociedad capitalista contemporánea es la filosofía motivacional. Es ésta, más que el nacionalismo o la religión organizada, la que funge como el nuevo “opio” de los pueblos. En este ensayo describiré las principales características y capas (pseudo-religiosas) de lo que considero que es parte de la misma cultura aspiracional individualista, antes de cuestionarlas de modo crítico. La motivación es vital en cualquier proyecto social, y aunque los efectos inmediatos de la cultura de los libros de autoayuda y el pensamiento aspiracional pueden ser positivos, no significa que estén libres de peligro.
Por “pensamiento aspiracional” o “filosofía motivacional”, me refiero a aquel collage de ideas, libros y expresiones que son frecuentemente inconsistentes, y que emergen como la contraparte espiritual o forjadora de identidades del neoliberalismo. En su núcleo se halla la idea que el significado de la vida es “estar en la cumbre”, combinada con la afirmación que todos podemos y debemos hacerlo. La motivación se encuentra al enfocarse en las ambiciones propias, las cuales se alcanzan por un lado, con una actitud competitiva de “yo puedo”, y por el otro, al ignorar o evitar el drama del otro. Percibe, cree, logra. La más clara manifestación material de esta ideología son los numerosos y más vendidos libros de autoayuda y filosofía motivacional que emanan de los Estados Unidos, con novelas sobre el éxito redactadas por multimillonarios y celebridades. Un acercamiento a este cuerpo de ideas revela por qué es una contraparte tan útil del proyecto neoliberal para instaurar al mercado como el principal eje organizacional de la sociedad.
Veamos primero la innegable base metafísica de la filosofía motivacional, la cual resuelve variaciones de lo que uno podría llamar “karma”: la idea que nuestras acciones negativas o positivas son de algún modo retribuidas a nuestra persona por el universo. El mejor ejemplo de esto es la filosofía de la “Ley de la Atracción”, la cual se remonta a pensadores ocultistas del siglo XIX pero que se popularizó en libros como “The Secret”. Dos comentarios. Primero, seamos claros con que esto es una ideología mágica. Puedo apreciar la verdad práctica en este pensamiento en relación con las relaciones sociales (si siempre estoy enojado, le agradaré menos a la gente), pero esto está basado en suposiciones extrapoladas de la realidad: asume tanto una justicia inherente como un universo capaz de sentir (no un dios bajo nuestro conceptualización) que interactúa con nosotros en forma personal. Segundo, esto se acomoda perfectamente en la todavía más amplia pérdida de inconsistencia del pensamiento religioso. Una ventaja de las religiones establecidas, como el Catolicismo, es que ofrecen una perspectiva global completa y consistente. Y aun así, la cultura posmoderna ha eliminado la necesidad de consistencia, y así una conveniente creencia en el Karma es perfectamente consistente en cuanto a liberarse a uno mismo de otras restricciones y mandatos religiosos. Como Slavoj Zizek mencionó hace años, el neoliberalismo ha encontrado finalmente una máscara espiritual para cubrir su núcleo nihilista a partir del Budismo.
Socialmente las consecuencias son más tangibles. El común denominador es el impulso de la búsqueda del éxito individual, seguido inmediatamente del dogma que todos podemos estar en esa situación sin importar nuestras circunstancias. El capitalismo no sólo provee dichas oportunidades, sino que como vimos, el universo mismo recompensa el esfuerzo. ¡Nos vemos en la cima! Me doy cuenta de dos consecuencias: La primera es que justifica nuestro híper desigual orden social. Es el más reciente discurso en figurar dentro de una larga lista que fomenta la estigmatización de la pobreza, pero interesantemente justifica a los ricos, villanos en el pensamiento cristiano tradicional. Los nuevos santos de la sociedad son los “millonarios-predicadores”, como Elon Musk, Richard Branson y Jack Ma. La segunda consecuencia es que censura las quejas contra este orden social. Quejarse o criticar, después de todo, manda energía negativa al universo (¡rayos!), y el mindfulness enseña a tener un criterio para no juzgar. No odies, aprecia. El resultado de ambos, como muchos autores antes que yo lo han destacado, es que la lucha se internaliza, al costo de tener que considerar las acciones políticas o sociales para cambiar nuestras circunstancias estructurales.
¿Y QUÉ? –podrían pensar. ¿Y qué si me gusta jugar este juego, y reproducir el soundtrack que lo acompaña? ¿Crees que eres cool, pinche hater, por exhibir otro complot del imperialismo cultural de los “gringos”? Pues sí, pero también entiendo la necesidad de una motivación. Mis preocupaciones no parten de los efectos inmediatos de estos pensamientos (no son tan diferentes de lo que vino antes), sino en cómo interactúan a largo plazo con nuestra identidad.
Primero me pregunto cómo se relacionan con la epidemia de ansiedad e inseguridades de las nuevas generaciones –obvias a cualquiera que lidia con personas jóvenes a diario. Ciertamente, ellos no son la primera generación a la que se le dice que puede (entiéndase “debería”) lograr todo lo que quiera si lo intenta lo suficiente, pero está más a su suerte para realizarlo que antes. El camino al progreso no nos lleva por entre una lucha colectivizada para más derechos y/o mejores salarios, sino por una competición con nuestras propias amistades. Esto afecta en especial medida a la clase media, ya que ellos deben como mínimo recrear o preferiblemente superar el éxito de sus padres. Desde un punto de vista sociológico, debemos reconocer que la filosofía motivacional prepara a la gente para el fracaso. La movilidad social en México es terriblemente baja; los obstáculos son muchos, el camino ni siquiera está bien definido, y el trecho a cubrir entre las clases es vasto. Pero en un nivel más fundamental, no todos podemos alcanzar la cúspide incluso si la ficción de la movilidad social fuese real, porque la sociedad está estructurada como una pirámide. Mientras que todo mundo pudiera tener una oportunidad hipotética, andar arriba va en detrimento de otros. Aquellos ignorantes de esto estarán decepcionados, aquellos que sean conscientes tendrán problemas para hacer amigos de verdad.
Segundo, y más importante, el pensamiento aspiracional es un obstáculo para la conciencia de clase y la acción colectiva. El problema es más profundo que el actualmente casi cliché críticismo centrado en individualizar los problemas. Lo que el pensamiento aspiracional le hace a la sociedad en un nivel más profundo, es hacer que la gente se disocie de sus condiciones de clase actuales y se identifique con sus personalidades aspiracionales. El problema es que no sólo no miramos para abajo: tampoco miramos a los lados. Vemos arriba, y simpatizamos. Aunque una gran parte de la clase trabajadora mexicana parece haber (re)encontrado su voz política, muchas personas pobres y de clase media-baja en Norteamérica se consideran a sí mismos como millonarios temporalmente avergonzados. Irónicamente, apegarse a los intereses de las élites puede reducir las posibilidades factibles de unírseles.
Por último, temo que el pensamiento aspiracional pueda hacernos más vulnerables ante la manipulación. La cultura de la aspiración nos deja ser usados en dos aspectos: 1) evaluar opciones y riesgos basados en aspiraciones, 2) creer en resultados improbables. También puede hacernos susceptibles a aceptar las promesas de, por ejemplo, los cambios tecnológicos, siempre y cuando estén suficientemente asociados con un camino a la cima. Ciertos desarrollos tales como la inteligencia artificial pueden conllevar riesgos sociales obvios (reemplazo de labores), pero cuando se barniza con el imaginario aspiracional, podemos percibirlos como ventajosos para nosotros o que afectan a otros únicamente. Porque tú eliges ser un optimista, ¿cierto? Nosotros no necesitamos ya ser corrompidos por beneficios tangibles; el beneficio percibido es suficiente para el aspirante condicionado. Más estrechamente, la publicidad siempre ha sido sobre vendernos cualidades imaginarias, pero el pensamiento aspiracional permite una desconexión mayor. Nota cómo diariamente eres el blanco de imágenes publicitarias de familias felices (usualmente en parques, y usualmente de tez clara) o emocionantes fiestas de alberca o reuniones en terrazas, que nada tienen que ver con el producto a ofrecer. No es sobre nosotros, sino sobre quienes aspiramos a ser. No te preocupes, puedes pagar a crédito: al fin y al cabo el “tú” del futuro es rico.
Suficiente. Es incómodo argumentar contra la motivación. La realidad que los individuos tienen que encarar es tan confuso, difícil y frío; o uno se motiva o se desentiende del todo. Yo preferiría el capitalismo aspiracional sobre la corriente nihilista sin dudarlo. Se aprecian los intentos por incrementar el poder de voluntad, al igual que tomar (tu parte de) responsabilidad, así como la ambición. Todas los proyectos sociales y políticos (exitosos) dependen de algún mecanismo de motivación, ya sea una recompensa después de la muerte en el feudalismo, o la glorificación de la contribución en el comunismo. En este texto analizamos los puntos ciegos de uno de tales sistemas. Es importante sopesarlo contra otras verdades, como el hecho sociológico que la estructura social sí importa; como la realidad que en esta sociedad, la gente sube de nivel pasando por encima de otros; como el hecho que un verdadero cambio surge de la acción colectiva; como la realidad que la justicia es un constructo social, un obsequio de una persona a otra, más que que una “fuerza cósmica”; como el hecho que la felicidad es social. Ahora sé una persona que dice sí a cualquier oportunidad que se topa y comparte este ensayo, que mandará energía positiva al universo.