Muchas lágrimas falsas se derraman cuando las élites lloran porque la izquierda es “antidemocrática” o “autoritaria”, lloran lo suficientemente fuerte como para silenciar el sonido de las balas que protegen los intereses conservadores en toda América Latina. Este ensayo llama la atención sobre un peligro más fundamental que se está infiltrando en la democracia mexicana y lo desafía en su esencia: una combinación mortal de clasismo y manipulación virtual.
Después del primer año de la presidencia de AMLO, uno tendría la impresión de que las elecciones de 2018 nunca terminaron. Aún y cuando tenemos al primer líder elegido democráticamente que tenga una mayoría real, debemos observar que la derecha todavía está en modo de campaña completa como si esto nunca hubiera sucedido. Todavía están comprando anuncios y promociones en internet, siguen organizando marchas sin multitudes, siguen exigiendo la renuncia del presidente mediante el levantamiento popular (sin el levantamiento popular, cabe destacar). Politizan cada movimiento y propagan noticias falsas y difamaciones en un último intento desesperado de “ahora o nunca” en día de elecciones, años antes de que cualquier votación ocurra en el país. Cada semana, el final de la Cuarta Transformación parece estar a la vuelta de la esquina, todas las semanas nuevamente. ¿Qué es lo que está pasando?
Parece que el PAN, en contraste con otros partidos de oposición y sus militantes, nunca ha aceptado realmente los resultados de las elecciones de 2018. Además del cansancio que evoca, hay algo extraño en la falta de respeto formalista, la indignación y la persistencia con las que Marko “El Guaidó mexicano” Cortes pide semanalmente la renuncia del presidente, levantamientos o intervención extranjera. La oposición es parte de la política, pero nunca he visto este comportamiento. La situación le daría a un extranjero la impresión de que AMLO nunca ganó la presidencia. Bueno, eso es exactamente lo que sucedió en la mente conservadora, no es porque no se enteraron de que la izquierda ganó (aunque algunos idiotas todavía están en negación conspiratoria), es porque no consideran válida esa realidad.
La victoria de AMLO no cuenta, porque fue la gente pobre quien voto por él. Como solo podía ganar con el apoyo de personas que no estaban “preparadas” para votar, realmente no obtuvo suficientes votos “reales”. Si bien cuenta con la aprobación en las encuestas, los ciudadanos en realidad están en contra de AMLO, porque la mayoría que lo apoya no son ciudadanos “realmente”. Es, por lo tanto, un usurpador a los ojos de la derecha. El problema no es la manipulación, es el trasfondo. Además del punto de que un análisis de encuestas nos enseña que esta es una descripción más cercana del electorado del PRI que el de Morena, tenemos que reconocer que en el fondo esto se reduce al clasismo en bruto. Esto se muestra en una colección de sentimientos antidemocráticos y malinchistas, que su servidor escucha cada vez con más frecuencia en Nuevo León. Varios colegas, conocidos o estudiantes me han comentado que no se puede confiar en que los mexicanos comunes puedan votar, y solo las personas “preparadas” o educadas deberían poder ocupar cargos y votar. Al menos una persona probablemente también se lo ha dicho. Esta actitud tiene la ventaja adicional de que, en retrospectiva, la “victoria” del 35% de Felipe Calderón fue en realidad una verdadera mayoría, ya que todos los ciudadanos reales votaron por él. Para que conste, no podemos generalizar esta actitud a todos los funcionarios y militantes de la derecha, a quienes respeto. Sin embargo, este disgusto por la elección del pueblo y la nostalgia por la aristocracia (hoy llamada tecnocracia) está claramente en aumento.
Es elemental entender que estas formas de clasismo son una negación del principio de igualdad política y, por lo tanto, del fundamento mismo de la democracia, independientemente de cómo se institucionalice: que todas las voces importan. El privilegio no solo anhela la desigualdad social, económica y cultural, al igual que con las mujeres o las minorías étnicas en épocas anteriores, sino que también llega a un ciclo completo de ansia de desigualdad política. Si usted cree que solo ciertas personas deberían poder postularse para un cargo o incluso votar, no es un demócrata, punto. Además de ser clasistas, estas actitudes también traicionan una reducción (neoliberal) del proceso democrático a la elección del “mejor” gerente para la empresa-estado. Una noción curiosa, ya que la democracia nació principalmente de las demandas de representación, y luego de la autodeterminación y la defensa de los intereses sociales. A diferencia del trabajador agrícola en Guerrero del que nadie habla, las élites encuentran en la democracia tanto un obstáculo como una herramienta a la hora de defender sus intereses. Sin embargo, también debemos reconocer que para muchas personas estas actitudes son la racionalización de la frustración, en lugar de un verdadero anhelo por la clase guardiana de Platón. Dado que muchos académicos apoyaron a AMLO en 2018, especialmente en ciencias sociales y humanidades, muchos conservadores se sentirían incómodos con la opinión de expertos reales en asuntos sociales. Gusto antes que ciencia, dijo el duque.
Aunque sé que este ensayo es hipotético, la negativa a la democracia se muestra de muchas maneras. En la superficie se muestra en el odio interminable y la total falta de respeto no solo por el presidente sino por los propios votantes. Se nota en el coqueteo recurrente con la idea y la práctica de los golpes nacionales e internacionales. Se nota en la nostalgia por el Porfiriato. Pero se muestra en un sentido más profundo en la voluntad de manipular la opinión pública, que se amplifica a través de las redes sociales. Si bien los conservadores ciertamente no tienen el monopolio de la manipulación de los votantes, lo hacen con más confianza y coherencia, ya que sus recursos les permiten hacerlo incluso sin poder político. Los conservadores británicos merecen un reconocimiento, ya que son el gánster original en este juego: en noviembre fueron atrapados por cambiar su cuenta de Twitter a un verificador de datos falso durante un debate electoral; y por pagarle a Google para hacer que un sitio web falso duplicado sea el primer resultado cuando se busca el Manifiesto del Partido Socialista. En México, por supuesto, tenemos nuestra propia larga historia de manipulación masiva, por lo que no debería sorprender que esto se traslade a la era de las redes sociales. Simplemente nunca lo presenciamos desde una perspectiva de oposición.
Si el voto de la mayoría se considera, en principio, equivocado y solo un mal formal necesario, entonces en principio está justificado manipularlos. Esta lógica se manifiesta claramente en el tema de las noticias falsas: si estoy dispuesto a arriesgar mi reputación con usted por la ventaja retórica de mostrar una imagen falsa de Evo Morales en un avión de lujo en lugar de uno militar, probablemente no me importe lo que piensa más allá de mi interés por engañarle. O al menos no más de lo que al pescador le importa cómo lo ven los peces. Pero lo discutí en un ensayo anterior.
Lo nuevo es el fenómeno de los bots, cuentas falsas que automáticamente difunden ciertas opiniones. A pesar de ser incumplimientos formales de los términos y acuerdos, los operadores de redes sociales no han querido o no han podido reinar en este fenómeno en expansión. Los bots se utilizan para difundir noticias reales o falsas, proporcionar apoyo “similar” para aumentar la prioridad algorítmica, o inclinar la balanza en encuestas virtuales, etc. Y simular la opinión pública, por supuesto. Un ejemplo en tiempo real: mientras escribía esto, vi la noticia de que la policía salvó a dos personas secuestradas (objetivamente buenas noticias), pero literalmente cada comentario en la página de Televisa en YouTube que leí es negativo, corto y hecho a la misma hora por cuentas anónimas.
Entonces, ¿qué tan grande es este problema? No intentaré usar estimaciones del gobierno, pero una reciente mesa redonda en el programa de Multimedios “Cambios 27” (10 de noviembre) sobre las redes sociales me da una idea. Los investigadores que rastrean la actividad en línea muestran casos en los que el rango de respuestas automáticas (bots) varía del 36% de los bots que responden (irónicamente) a AMLO quejándose de los bots; a una estimación de solo el 19% de usuarios reales confirmados (!) respondiendo al voto del senado respecto a la comisión de Derechos Humanos. Lea eso de nuevo. Ellos, que en otras secciones se muestran muy críticos con la 4T, estiman que entre el 30% y el 50% de la interacción en cualquier noticia política dada son bots. Le pido que comprenda que esto significa que entramos a un mundo en el que poco menos de la mitad del debate político en línea es falso, que comprenda que las élites se movieron más allá del viejo truco de contratar audiencias de fondo, pero están reemplazando a personas reales con robots. Como la voz de los pobres no cuenta de todos modos, el bot es un ciudadano mucho más eficiente: ya cuenta con la “mejor” opinión.
Los bots son un insulto fundamental a la democracia. La combinación con noticias falsas permite que este mal se esconda a simple vista: su función es manipular y redirigir la atención pública. Las advertencias directas para los bots por parte del gobierno mismo son ridiculizadas y redirigidas contra el mensajero … por esos mismos bots. En algunos casos, esto puede ser tan exitoso que las personas “bien preparadas” comienzan a parlotear las reversiones lógicas de la realidad. Algunos ejemplos. La disminución en el presupuesto para los anuncios de los medios gubernamentales (léase: sobornar a la prensa), de alguna manera se convierte en la supresión de la libertad de expresión. Las conferencias de la mañana (léase: preguntas directas diarias de la prensa) no son muestras de transparencia, sino que de alguna manera se convierten en autoritarismo. El intento de reducir el mandato presidencial a la mitad, de alguna manera se convierte en un intento de duplicarlo. Suena un poco loco cuando lo lee en seco, ¿verdad? Pero ¿qué pasa si se le agrega unos cuantos miles de “Me Gusta” y “Compartir”?
Antes me enfrentaba con el tratamiento de la democracia y el voto como un obstáculo para los trámites en diferentes niveles al encontrar mi camino en México, pero nunca lo superé. Nunca pensé que tendría que defender la democracia o la igualdad política en sí, o el principio de que está mal mentirle a la gente. Avergonzar solía ser suficiente. Sin embargo, debemos estar a la altura del desafío. En primer lugar, hay trabajo legal por hacer para garantizar que el uso de bots por parte de los órganos políticos esté criminalizado. Como me gusta mi política en serio, sugeriría que las ofensas masivas no solo sean multadas, sino que conduzcan a la disolución del partido en sí. Si resulta ser el partido de izquierda, lo que sorprendería ya que levantaron alarmas sobre el tema, que así sea. En segundo lugar, necesitamos mejorar la protección contra las noticias falsas, preferiblemente en cooperación con las propias plataformas de redes sociales. Estas últimas, no hay que olvidar, son empresas privadas que naturalmente no siguen el interés público. Y en tercero, debemos ir a la ofensiva cuando se trata de la democracia, no solo por defenderla, sino por aplicarla. Al presionar por una mayor participación, no solo en la elección formal de un nuevo líder, sino también en nuestros trabajos, escuelas, en la aplicación de la ley y demás.
Traducido por Denisse Manzo