El nacionalismo se asocia comúnmente con la “derecha” política, pero como filosofía es lo suficientemente vacía en términos de posturas sociales y económicas como para permitir que otras ideologías se mezclen con elementos de ella. En este ensayo exploramos cómo podría ser un nacionalismo de izquierda.
El nacionalismo como ideología de la (ultra) derecha política ha experimentado un renacimiento en la última década, en la cual uno de los cambios políticos más importantes probablemente sea el regreso del neofascismo. Recientemente en EE. UU. con Trump, en Brasil con Bolsonaro y antes en Rusia con Putin, la extrema derecha finalmente (re)ganó el poder ejecutivo. Estos líderes que simpatizaban mutuamente ganaron las elecciones con una retórica nacionalista agresiva, enmascarando en gran medida sus promesas sociales vacías y reformas económicas de élite. En términos más generales, los conservadores y los neoliberales se han servido de consignas nacionalistas para obtener ventajas electorales desde el Reino Unido hasta la India.
Sin embargo, la izquierda política ha luchado por hacer lo mismo. Para empezar, debido a un accidente de la historia, el término “nacionalsocialismo” es prácticamente inutilizable, ya que así es como los nazis (falsamente) describieron su ideología en los primeros días para engañar a los trabajadores antes de asesinar a su ala socialista. Hoy, en Europa, los partidos socialistas que adoptan una postura más nacionalista o crítica con la migración, como el Danés, son criticados por venderse a la extrema derecha, lo que contribuye aún más a la erosión del socialismo europeo.
La situación es considerablemente diferente en América Latina, donde la reforma progresista y el nacionalismo a menudo iban de la mano en la lucha contra el imperialismo y las élites respaldadas por extranjeros. Esto es particularmente cierto para México, que se encuentra en la singular situación en que la derecha tradicional históricamente ha dejado vacante el nacionalismo. La derecha mexicana es profundamente malinchista y exteriorista, defendiendo agresivamente los intereses de las élites españolas y estadounidenses, de las que suelen depender para su formación, puntos de referencia y residencia tras enfrentarse a acusaciones de corrupción. Existe una retórica nacionalista antiinmigrante, así como un nacionalismo regional (especialmente en Nuevo León), pero esto no es nacionalmente la corriente principal. Esto crea una situación en la que la izquierda no necesita venderse (¿a quién?) al nacionalismo apropiado. En el resto de este ensayo discutimos primero el concepto y los límites del nacionalismo, luego de establecer cinco criterios para un nacionalismo de izquierda. Finalizamos con la discusión de políticas concretas.
El nacionalismo en un sentido amplio se refiere a la promoción de estados-nación soberanos. Esto implica que las naciones (grupos de personas con una identidad común) deben reflejarse en estados (entidades políticas territoriales). Por supuesto, el mundo no se hizo con estas naciones o estados, que deben construirse a través de políticas, que van desde la educación estandarizada y la infraestructura nacional, hasta la conquista y la represión militar.
Una de las limitaciones importantes del nacionalismo desde una perspectiva marxista es que, si bien puede generar unidad, a mayor escala divide a la población mundial en unidades (imaginarias), lo que dificulta abordar problemas de acción colectiva como la justicia laboral global o la paz. Otra limitación es que, dado que el mundo está tan interconectado, las políticas nacionalistas siempre vienen con cierta ceguera para los efectos y causas externas de las acciones políticas. Por ejemplo, existe una diferencia importante entre “resolver” el problema de la migración de un solo estado nacional y resolver el problema de la migración (por qué la gente se está mudando) en sí mismo. Podrían analizarse muchos más problemas e inconsistencias, pero el objetivo de este ensayo es discutir si y bajo qué condiciones la izquierda podría apropiarse de elementos del nacionalismo. En lo que sigue, expondré cinco puntos de diferencia entre un nacionalismo de izquierda y uno de derecha.
1. Identidad nacional positiva vs. negativa. Hasta cierto punto, la identidad nacional de un país siempre es ficticia, pero esa ficción puede construirse definiendo lo que uno es (positivo) o lo que no es (negativo). La apropiación del nacionalismo por parte de la derecha a menudo se centra en la exclusión de los forasteros y el rechazo de su cultura, en lugar de dedicar recursos significativos al desarrollo de la propia cultura. El motivo anti-islam de muchos partidos nacionalistas europeos es un buen ejemplo de esto. Un nacionalismo positivo que se ajuste a la izquierda parte del orgullo del pueblo y de sus logros. Para ser genuino, este amor no puede limitarse a la alta cultura, sino que debe basarse en el amor por la cultura popular en general. Mientras los conservadores mexicanos de vez en cuando dejan sus camionetas polarizadas para comer tacos callejeros en trajes de negocios frente a las cámaras, es bastante evidente que en México Morena encarna esta forma de nacionalismo positivo así de cercana.
2. Identidad nacional diversa versus uniforme. La mayoría de los horrores históricos cometidos por los nacionalistas estaban relacionados con los intentos de tener un solo tipo de nación (pueblo) dentro del estado. Desde matar directamente a otras etnias en la Alemania nazi, hasta las campañas de cristianización bastante extrañas que llevó a cabo el gobierno no electo de Áñez en Bolivia. En un nacionalismo de izquierda, la inclusión en la nación no se basa en una experiencia política y territorial común, ni en la fantasía de una sola etnia o cultura. En el caso de México, el nacionalismo de izquierda toma la forma de alentar y celebrar activamente todas las culturas mexicanas, no solo la española.
3. Igualdad soberana vs. imperialismo. Esta insistencia en la soberanía nacional suele implicar el respeto por la soberanía de otros países, que son iguales ante el derecho internacional. Sin embargo, en una interpretación imperialista, la propia nación es vista como superior y la libertad nacional está condicionada a la dominación de otros países. Un claro ejemplo de esto es la agresión rusa contra Ucrania, que es vista como un estado de seguridad, lo que implica que la soberanía rusa requiere la violación de otras naciones para existir. Especialmente en el mundo de hoy, un nacionalismo de izquierda debe rechazar todas esas nociones de desigualdad y, en cambio, apoyar un internacionalismo que apoye el desarrollo de otros países.
4. Independencia económica versus competencia. Siguiendo de cerca este último punto, un nacionalismo de izquierda no se centra en la competencia con otras naciones, sino en la propiedad de sus propios bienes. En lugar de centrarse en enemigos imaginarios o luchar en guerras comerciales, el objetivo es aumentar el control que la gente como nación tiene sobre su propia economía. Aquí el paralelo con el socialismo es claro: la nacionalización de sectores económicos y recursos conduce a una menor dependencia del capital extranjero y permite una distribución más deliberada de la riqueza. En una visión ampliada, dichos recursos no solo se relacionan con los elementos de la tabla química, sino también con los recursos “humanos”, como la educación y la salud promedio de la población.
5. Solidaridad central vs regionalismo. El nacionalismo se puede utilizar para crear solidaridad patriótica, pero también para crear división jugando con el orgullo regional. En el nacionalismo de derecha, esto a menudo toma la forma de regiones más ricas que desarrollan una identidad de superioridad, y los actores políticos usan esto para disminuir la solidaridad con otras áreas. Políticamente, esto ayuda a enmascarar la ausencia de cualquier plan socioeconómico real, así como a socavar los impuestos progresivos y la redistribución. En una interpretación socialista, la solidaridad nacional podría ayudar a reforzar el apoyo a las políticas sociales y los sistemas de seguro nacionales, así como facilitar una gobernanza más centralizada. Este es un punto controvertido, ya que existen movimientos regionalistas de izquierda, como el escocés, catalán y quebequense. Respetuosamente, tengo la humilde impresión de que, a largo plazo, estos movimientos regionales más bien obstaculizaron que ayudaron a la causa.
Los cinco puntos anteriores ayudan a imaginar cómo podría ser teóricamente un nacionalismo de izquierda. Un ejemplo práctico de estos principios sería la discusión en curso sobre cómo debe organizarse el panorama energético. Si bien parte de la discusión se centra en la sostenibilidad frente a las necesidades económicas, una gran parte se relaciona directamente con asuntos de soberanía nacional. En el caso de México: ¿deberíamos apuntar a la (máxima) autosuficiencia, incluyendo tanto la propiedad de fuentes de energía como los poderes de procesamiento, o debería externalizarse y privatizarse a las multinacionales estadounidenses y españolas? La pérdida masiva de ingresos potenciales para el capital extranjero, el riesgo de intervención extranjera, la dependencia de las fluctuaciones del mercado, la inestabilidad de los precios para los consumidores y la falta de control sobre los efectos ambientales de la generación de energía sugieren que los socialistas deberían adoptar una postura nacionalista. Se puede hacer un caso similar para los recursos secundarios como el litio, que puede convertirse en una nueva fuente de riqueza nacional o encontrar su lugar en la cadena de producción imperial de China o los Estados Unidos, todo administrado por algunos bajo la atenta mirada de algún expresidente, por supuesto.
El tema del control nacional también se relaciona con el medio ambiente: ¿cuándo nos engañaron para creer que en el absurdo de que el mercado era de alguna manera un guardián más seguro que el estado? Si esta o aquella política es lo suficientemente verde es una discusión aparte, pero la capacidad del gobierno (¡cualquier gobierno!) para controlar el desarrollo de la energía parece fundamental para cualquier discusión sobre cómo debería hacerlo. Por ejemplo, la construcción o actualización de proyectos de infraestructura masivos como trenes eléctricos de alta velocidad o represas hidráulicas son difíciles de imaginar sin un gobierno centralizado.
Este ensayo no es un respaldo directo al “nacionalismo de izquierda”, sino más bien una imaginación sobre cómo podría integrarse consistentemente en la política de la clase trabajadora. El nacionalismo y su potencial populista se ven aquí como un campo de batalla ideológico (igual que la espiritualidad) más que como un sistema independiente. En el caso de México, este campo de batalla está en gran parte desierto, ya que el liderazgo tradicional de derecha se ha vendido (a menudo literalmente) a intereses extranjeros y cada vez más reside físicamente en el extranjero. Si la izquierda no ocupa parte de él, el campo está abierto para que brote un populismo de extrema derecha, dando lugar a una nueva era de racismo, clasismo, xenofobia y, sobre todo, una pérdida general de tiempo político discutiendo sobre construcciones. Como un extraño, espero sinceramente que el nacionalismo del futuro sea social e inclusivo o que no sea.
Traducido por Keren Venegas