¿Cómo podemos entender y superar la discordancia que hay entre las demandas ecológicas y la lógica de la “Cuarta Transformación”? Este ensayo elabora el caso del populismo verde, ejemplificado con una propuesta para conseguir electricidad sustentable en zonas rurales y la nacionalización de futuras industrias clave para ello.
La nueva ola de iniciativas políticas provenientes de la izquierda mexicana -conocida colectivamente como la Cuarta Transformación (4T)-, ha sido relativamente exitosa en lograr sus promesas sociales a la clase obrera. No obstante, enfrentan diversos retos al enfrentarse con dos temas en particular: las políticas de identidad y la ecología. Dejando la primera de lado por un momento, nos enfocaremos en imaginar cómo podría verse un “giro verde”. Mientras que los esfuerzos en ecología de este gobierno no deben de ser descartados; como los proyectos masivos para plantar árboles o el parque ecológico de 12,300 hectáreas (¡!) en Texcoco, todavía hay mucho espacio político a llenar, particularmente en el tema de energía. Esta podría ser una gran oportunidad electoral para que la izquierda pueda incrementar su popularidad con los votantes más jóvenes, siendo el único grupo de edad del que no tienen un apoyo mayoritario consistente. Reforzar esfuerzos ecológicos podría también dar credibilidad a la nueva alianza con el Partido Verde Ecologista Mexicano y su cuestionable existencia en sí misma.
Sin embargo, el análisis estaría incompleto sin considerar la responsabilidad de los ambientalistas en ganar el apoyo a su causa en una sociedad con conciencia ambiental tan baja. Aumentar la histeria por amenazas ecológicas inexistentes que fueron invocadas de la nada, o retratar ciegamente al Tren Maya (un modo de transporte ecológico) como el último artefacto del apocalipsis definitivamente no han ayudado a quitar la impresión de que la ecología es solamente una forma de política partidaria anti-obreros. Si somos serios sobre la ecología y (por lo tanto) no sufrimos de la idea de que los grupos conservadores (de alguna manera) lo harían mejor, tenemos que encontrar la manera de encontrarnos a mitad del camino. La verdadera tarea está en unir los esfuerzos por la sustentabilidad con el enfoque populista de la 4T. A continuación, se analizará más a fondo el problema, antes de ilustrar una visión de lo que podría ser posible en un futuro relativamente cercano.
Empecemos por entender el contexto político actual y cómo el aumento en los esfuerzos ambientales en los próximos años podrían encajar con esta idea. La 4T es, en esencia, un movimiento de la clase obrera que se enfoca en dos cosas: bienestar social y la lucha contra la cultura de la corrupción. Algunas posiciones típicas que pueden verse alrededor de la esfera política son: a) una preferencia por el apoyo directo y su correspondiente escepticismo por los (corruptos) mediadores que son las instituciones y las compañías; b) una preocupación con la soberanía nacional; y c) una fuerte y clara preferencia por los pobres y los más vulnerables. En este contexto, está claro que el encasillar la ecología como algo de la élite o como una preocupación de la oposición debe de ser evitado a toda costa. Además, en cualquier discusión seria debemos aceptar la realidad de que, dadas las condiciones actuales de crisis sanitaria, el gobierno (y cualquier gobierno, en cualquier lugar) van a tener limitaciones presupuestarias a corto plazo. Ignorar esto caería más en el cinismo que en el criticismo.
La relación del gobierno con la compañía petrolera del Estado, PEMEX, merece su propio resplandor. Muchos ambientalistas critican la postura proyectora del gobierno, especialmente con lo que se refiere a la nueva refinería en construcción en Dos Bocas, Tabasco. Cabe aclarar que refinar petróleo en México no debería de ser en sí el problema (importarlo no es más sostenible), pero uno puede apuntar acertadamente al costo de oportunidad de este megaproyecto por no invertir de la misma manera en, por ejemplo, parques solares. De todas formas, debemos tener en claro que PEMEX, al centro de la contienda política en México y con la derecha neoliberal habiéndola debilitado hasta el punto de probar que debe de ser privatizada, es el hueso más grande que un perro corrupto podría soñar. Dado que PEMEX simboliza al mismo tiempo soberanía nacional y la corona en la lucha contra la privatización y la corrupción, es tanto irracional como poco realista esperar que este gobierno olvide esta lucha de décadas. Lo que importa actualmente es generar alternativas.
Entonces, ¿qué se puede hacer? ¿Es realmente posible? Un buen punto de partida sería ver lo que ya existe: el programa gubernamental de agricultura y reforestación: Sembrando Vida. Este programa de desarrollo regional ayuda a pequeños agricultores en la transición a una agricultura sustentable y agroforestal al darles plantas y árboles que son (inicialmente) cultivados por el gobierno. Esto debería de resultar en millones de árboles plantados durante el transcurso del programa. Adicionalmente, Sembrando Vida le paga a alrededor de 420,000 agricultores un salario mensual que está por encima de la línea de pobreza por su participación en el programa. Permite a este hijo-de-cultivador-de-árboles explicarle a mi audiencia más urbana sobre la inteligente sinergia que hay aquí. Los árboles frutales pueden producir cosechas de alto valor, pero requieren inversiones considerablemente altas en las plantas en sí, más que nada de tiempo: si (y solo si) los árboles sobreviven, no van a producir nada comercial por años. Por lo tanto, los agricultores más pobres nunca podrían mejorar sus modelos de negocio ya que cambiar de cultivos resultaría en perder cosechas y eventualmente, en tener que sustituirlas por otras más rentables. Al pagarles y además proveerles las plantas, el gobierno no solamente impulsa la sustentabilidad, sino que también les permite a agricultores pobres poder desarrollar actividades comerciales más rentables a largo plazo.
Ahora, pensemos en cómo podríamos exportar esta fórmula social-ambiental al sector energético. Mi propuesta es aplicar los mismos principios a la distribución de energía solar y eólica a las zonas rurales a nivel doméstico. En vez de entregar árboles a los agricultores, el gobierno podría distribuir paneles solares y pequeños aerogeneradores después de que técnicos hayan consultado a las comunidades rurales sobre qué fuente de energía consideran mejor para sus circunstancias específicas. Cada hogar podría estar equipado con alguno de ellos, proporcionando una fuente adicional de energía limpia descentralizada que sea independiente de la red de energía general (que tiene constantes fallas), pero que se mantiene disponible para las demás necesidades energéticas. Mi visión sería empezar este programa en las zonas rurales por varias razones: a) hay mayor necesidad, más tomando en cuenta que el acceso al suministro eléctrico es más difícil; b) sería más difícil implementarlo en ciudades y edificios de departamentos; c) hay un presupuesto limitado, por lo que sería mejor intentarlo en pequeñas comunidades antes de a gran escala, si se consigue la inversión. Este enfoque particular hacia las comunidades es importante, ya que la experiencia en otros países demuestra que subsidios directos hacia paneles solares puede volverse caro muy rápido si, por ejemplo, las compañías empiezan a abusar de ellas. Esta política entonces cumple con los requisitos sociales de la cuarta transformación (preferencia por los pobres, eliminar a los mediadores, aumentar la producción nacional y empoderamiento local) mientras que también incrementa y populariza la sustentabilidad. Su servidor no posee el conocimiento técnico de cómo desarrollarlo más a fondo, pero uno podría asumir la posibilidad de expandir esto a incluso permitir que se regrese parte de la energía producida hacia la red de suministro eléctrico.
El siguiente paso lógico (pero caro) sería producir estos paneles solares y aerogeneradores nacionalmente, en paralelo a los esfuerzos de Sembrando Vida. La causa ecológica también podría encontrar más conexión con el objetivo de la soberanía nacional si México intentara tener mayor control sobre la materia prima de la cadena de producción de las energías limpias, particularmente el litio. Mientras que nacionalizar toda una industria es una política abierta a crítica (por razones fiscales, económicas o ideológicas), el caso se vuelve mucho más fácil si se trata solamente de nacionalizar un producto que ya pertenece al país y, por lo tanto, a todos los mexicanos. Nacionalizar el litio, del cual México cuenta con extensas reservas en el norte del país, podría generar el equivalente “verde” de PEMEX ya que podría funcionar como un símbolo de soberanía y como un nuevo pilar para la economía. El aspecto “verde” del litio se centra claramente en su uso industrial para la producción de baterías, ya que la extracción del recurso por sí mismo es particularmente dañino para el medio ambiente. Este proceso es intensivo en su uso de agua, volviéndolo vulnerable a la explotación de recursos y contaminación por derrames, lo cual es aun más delicado en estados del norte ricos en litio como lo es Sonora, donde la agricultura y las ciudades ya compiten por las pocas reservas de agua. Confiar en empresas multinacionales extranjeras con este trabajo es como confiar a tus hijos con el hombre que tiene tumbas en su patio. Que sea propiedad del Estado (la opción cara) o como mínimo haya una licitación de alianzas públicas con iniciativa privada como fue en el caso del Tren Maya, sería lo más apropiado.
Dado que la experiencia de su servidor es más en el ámbito político que en los aspectos tecnológicos de la sustentabilidad, no hay necesidad de desarrollar más a fondo estas ideas ya que podrían ser mejor descritas en algún otro medio. Estas ideas sirven solo para ilustrar un punto constructivo: lograr un “nuevo acuerdo verde” en México es más realista si se construye con los principios populistas y nacionalistas del actual clima político. Es entonces responsabilidad de aquellos en el gobierno de expandir estos principios y crear una narrativa que pueda lograr que una mayor parte de la población votante vea que la ecología puede ir en paralelo con el desarrollo social y regional. Políticas inteligentes, sociales y directas con un presupuesto limitado pueden crear el capital político y la infraestructura base para transiciones más grandes después. A pesar de esto, los activistas y la sociedad civil en general también cargan una gran responsabilidad en popularizar la causa ecológica de una manera menos adversaria, al punto en que el ciudadano promedio deje de verla como un gusto adquirido de aquellos con una huella ecológica más grande que la suya.
Traducido por Alejandra Guillén