32. Debatiendo sobre políticas identitarias en el Norte

Temas como el aborto, la educación sexual o matrimonio igualitario han producido algunos de los debates públicos más lamentables que ha visto este país. En este ensayo, presentaré algunas estrategias para debatir políticas identitarias en el difícil contexto del norte de México.

El debate público en México padece muchos males, como las fake news, la hiperdivisión, el tribalismo, la parcialidad de los medios corporativos, etc. El hecho de que la política (y la religión) sean temas de conversación comúnmente prohibidos en las reuniones es una bandera roja en cuanto a nivel de cultura política. De hecho, llamar debates públicos a temas como el aborto o la educación sexual es ser generoso. Sería más preciso describirlos como dos bandos que se gritan cosas (“¡ignorantes!”) sin preocuparse de que el otro las entienda, de forma similar a la gente enfadada que gesticula en el tráfico. Este ensayo ofrecerá una reflexión estratégica sobre la agenda progresista que es especialmente pertinente en los estados del Norte. Primero se esbozarán las dos estrategias generales y luego se aplicarán a dos casos: el aborto y el matrimonio igualitario.

    Dada la sensibilidad del tema, quiero subrayar que este ensayo trata principalmente de la estrategia política y el establecimiento de la agenda, no de si es ético o no. Las sugerencias que ofrezco se basan en la viabilidad política, no en el respaldo moral personal a favor o en contra de ninguna de las posiciones discutidas, que no son de mi particular interés personal -promuevo una izquierda populista que se centre principalmente en cuestiones socioeconómicas. Imagínese un pequeño “Si quiere avanzar en este debate, entonces…” delante de cualquiera de mis recomendaciones. 

La primera propuesta es centrarse en argumentos de fondo que conecten las cuestiones éticas con problemas sociales más amplios. En lugar de que ambas partes se dediquen a señalar valores (opuestos), el debate podría avanzar si articulamos mejor por qué permitir o no permitir algo es un problema práctico para la sociedad. Esto permite que la discusión se amplíe y que ambas partes propongan alternativas a las preocupaciones del otro, lo que podría llevar al progreso en un sentido u otro. Para que esto funcione, se requiere un nivel mínimo de respeto para tomarse en serio, reduciendo la cantidad de payasadas de ambas partes, ya sea golpeando piñatas de fetos o proclamando que los desastres son justicia divina.

    La segunda propuesta es utilizar un enfoque gradual para establecer la agenda. El gradualismo se considera generalmente negativo dentro de la izquierda, a menudo con justa razón, ya que puede ser utilizado por las élites para negar los cambios que tengan que ver con el sufrimiento de la mayoría. Sin embargo, en cuestiones éticas es prudente buscar el mayor consenso social posible para evitar la división y lograr realmente un cambio duradero y el respeto en estados conservadores como Nuevo León. Hay que sopesar la maximización de la expresión de valores frente a la viabilidad política, que puede ser más útil para los afectados. Elegir estratégicamente los temas que se incluyen en la agenda es también una cuestión de la llamada “secuenciación de políticas”: la implementación de políticas puede desbloquear opciones políticas que antes no se podían discutir, ya que la propia experiencia del cambio cambia el contexto del debate (por ejemplo, reduciendo el miedo).

Empezaremos con el delicado tema del aborto, que merece un debate sereno dado que el tema es doloroso para todos los implicados. Es un problema intrínsecamente difícil -para la mente madura- porque ambas partes tienen fuertes puntos de partida, una centrada en la autodeterminación y la otra en la pérdida de vidas. Reconocer la fuerza relativa de cada postura es un buen punto de partida, en lugar de enfrascarse en eslóganes y argumentos que previsiblemente no cambiarán las opiniones (“es mi cuerpo” se responde con “es el feto el que mata”, etc.). Utilizar argumentos de fondo implicaría explicar por qué es tan importante poder hacerlo (o al menos no ser encarcelada por ello), así como explicar el contexto social en el que se producen estos actos desesperados. Las razones para abortar forman un espectro en términos de respetabilidad moral, con cosas como la violación, el peligro para la salud de la madre y la incapacidad mental (de los padres) o la devastación económica de la familia en un extremo, y la eliminación de las pruebas de un engaño en el otro. Profundizar las primeras cuestiones puede avanzar y ampliar el debate. Los progresistas podrían señalar el hecho de que es demasiado fácil para los conservadores acomodados cuyos hijos son criados por niñeras (y cuyos “bastardos” son comprados) asumir que las personas en situación de vulnerabilidad siempre podrán soportar las consecuencias del embarazo. Sólo los malvados se dedicarían a este procedimiento traumatizante por diversión, y hay que abordar las necesidades que hay detrás de los motivos si es que se quiere evitar los abortos (ilegales). Un debate de fondo sobre los problemas también podría demostrar la incoherencia de la oposición conservadora tanto al aborto como a la educación sexual: no se pueden evitar los problemas que se derivan de no despenalizar el primero sin tener el segundo. Como una reina en el ajedrez que amenaza a dos piezas al mismo tiempo, los argumentos de fondo pueden empujar a los conservadores a permitir que la agenda progresista avance en un sentido o en otro.

   No obstante, la posición provida también merece ser tomada en serio en un contexto democrático, en lugar de ser arrastrada por la negación (después de todo, acabar con la vida es el objetivo del procedimiento). Hay que tener en cuenta que, aunque esta posición tiene a menudo un trasfondo religioso, no depende de él. Dejando de lado si constituiría o no un homicidio, la mayoría de las personas que han escuchado el latido en vivo de un feto (o peor, han perdido uno) entienden que al menos se pierde algo valioso. Pero la vida, y más ampliamente la salud, se pierde y se ve amenazada todo el tiempo de muchas otras maneras. Un compromiso sustancial con estos argumentos implica cuestionar la noción y el alcance de la posición provida. Si uno está realmente “a favor de la vida”, entonces hay que tener en cuenta otros factores como los peligros del aborto ilegal, los problemas de la adopción, la falta de seguro médico debido al empleo informal o las implicaciones para la salud de vivir en una familia pobre. Si los socialmente conservadores quieren que la sociedad obligue a los individuos a no evitar el sufrimiento, deberían responsabilizarse de las consecuencias y apoyar la ampliación drástica de la ayuda que la sociedad ofrece a las familias vulnerables y a los jóvenes en general. No se puede ser profamilia o provida y abandonar a las familias (y a los niños no deseados) al mismo tiempo.

Además de hacer que los debates sean más sustantivos, la naturaleza y el orden de las propias demandas juegan un papel importante. Considere los siguientes datos recopilados de los informes de investigación de Ipsos de 2015 y 2020 sobre las actitudes hacia el aborto. En los datos para México de la encuesta de 2020, el 25% de los mexicanos es “proelección”; el 38% está a favor del aborto en caso de circunstancias graves como la violación; el 18% está a favor en caso de que la vida de la madre esté en peligro y el 10% está en contra pase lo que pase (el 9% no contestó). Cabe imaginar medias más conservadoras para el norte. Las cosas se ponen más interesantes si desglosamos la información por género, lo que permite la encuesta de 2015, teniendo en cuenta que los totales son inferiores a los de 2020:

A favor:ProelecciónCircunstanciasPeligro de muerteNunca
Hombres16%43%19%19%
Mujeres13%31%28%28%

Podemos extraer dos conclusiones: A) este debate se suele malinterpretar totalmente mediante la narrativa pseudofeminista de “los hombres quieren controlar nuestros cuerpos” mientras que la principal oposición proviene de otras mujeres, incluso en el caso de violación. Es posible que a algunas feministas no les guste este hecho, pero les gustará aún menos malgastar sus energías. Las cifras también plantean cuestiones sobre cómo evitar que los hombres presionen/manipulen a las mujeres para que aborten en el caso de la legalización total. B) las opiniones de la gente no son blancas o negras, y hay mucho más apoyo a la despenalización condicionada que a la libre elección. Dado que la categoría de “circunstancias” contiene el grupo más numeroso, es aquí donde tendrá lugar el verdadero debate, ya que también es aquí donde se encuentran la mayoría de los argumentos de fondo a favor del aborto. Aunque otras leyes pueden obstaculizarlo en la práctica, en el código penal de Nuevo León, el artículo 331 ya especifica una excepción a la penalización en caso de violación y peligro de muerte. Como se mencionó anteriormente, un debate sobre las circunstancias económicas o mentales apremiantes (o cómo se podrían evitar) sería el siguiente paso estratégico.

El orden de las políticas importa tanto dentro de ciertas líneas políticas, como dentro de la agenda progresista en su conjunto. Por lo tanto, mi segundo ejemplo consiste en lo que considero el caso más fácil de realizar: el matrimonio entre personas del mismo sexo. Técnicamente, las personas del mismo sexo pueden casarse en Nuevo León (pero no en Tamaulipas), pero sólo porque la Corte Suprema declaró inconstitucional la discriminación en contra de los homosexuales en estos casos. Esto en la práctica significa que la pareja necesita obtener un “amparo” judicial que obligue a la administración local a hacer una excepción. Además de ser poco elegante, la oposición de instituciones más amplias dificulta el uso práctico de los beneficios del matrimonio.

    El matrimonio entre personas del mismo sexo es un buen estudio de caso para establecer la agenda porque, en contraste con el aborto, es difícil presentar argumentos sustanciales en su contra. En general, la gente se opone al matrimonio homosexual porque siente que se amenaza su identidad, o por los llamados valores familiares. Mientras que las identidades tradicionales tienen buenas razones para sentirse amenazadas en este mundo globalizado, el matrimonio gay no las afectará en lo más mínimo, ni hará que la gente sea más gay. A diferencia de lo que ocurre en las discusiones sobre todo lo que implica la palabra “trans”, la presencia de personas homosexuales no pone en tela de juicio la realidad de los demás ni les exige que la sigan. Dejando a un lado los extraños intentos de exigir el matrimonio por la iglesia, el matrimonio igualitario no hace que el matrimonio tradicional sea menos especial. De hecho, fortalecería, en lugar de debilitar la menguante institución del matrimonio, y formaría familias en lugar de romperlas.

     Con todo, los argumentos de fondo a favor del matrimonio homosexual no se exponen con suficiente frecuencia, ya que la gente suele preferir un enfoque de manifiesto/demanda. No tener un matrimonio entre personas del mismo sexo conlleva una serie de problemas sustanciales para la gente, como no poder otorgarle seguro médico a los miembros de la familia, complicaciones con los seguros (de vida), las herencias, los impuestos, los préstamos y las contrataciones conyugales. Y ya ni hablar de los posibles problemas con el cuidado de los niños proporcionado por el lugar de trabajo si, por ejemplo, un miembro de una pareja de lesbianas se queda embarazada. Muchos de estos problemas son, en esencia, cuestiones de derechos laborales, y s deben a que los jefes no dan todos los beneficios a los trabajadores al tratarlos como solteros. En caso de que los conservadores quieran oponerse al matrimonio igualitario a toda costa, tienen que aportar soluciones para todos los problemas anteriores. En cuanto a secuencia política, la aprobación del matrimonio igualitario daría paso, lógicamente, a otros debates sobre los derechos de la comunidad LGBT+, que pueden llegar tan lejos como el río de la democracia esté dispuesto a llevarnos.

Nuevo León no es como Guadalajara, ni tiene por qué serlo. Si bien podemos (y a menudo necesitamos) adelantar las leyes todo lo que podamos por delante de la cultura, en una sociedad democrática hay un límite de la medida en que las políticas pueden ignorar la opinión popular y seguir siendo sostenibles. Los progresistas corren el riesgo de obstaculizar el cambio de esta cultura al apuntar demasiado alto en lugar de comprometerse de forma sustantiva a la opinión pública donde realmente está: en el centro. La conciencia política proviene del diálogo sobre cuestiones y necesidades reales, no de llamar a la gente ignorante. Y apoyando a las facciones políticas que realmente intentan impulsar cuestiones prioritarias como el matrimonio entre personas del mismo sexo y la educación sexual.

Dado que mis recomendaciones estratégicas apuntan en la práctica a una posición intermedia, probablemente haya hecho enojar tanto a progresistas como conservadores. Eso está bien, siempre y cuando se pongan a hablar. El beneficio adicional de los debates sustanciales es que ayudan a que las políticas identitarias se (re)conecten con las preocupaciones más amplias dentro de la izquierda populista, y así mejorar el establecimiento de la agenda interna. Al replantear las reivindicaciones culturales como derechos sociales, sanitarios o laborales, la izquierda identitaria podría reintegrarse con las instituciones de la corriente principal de la izquierda (los sindicatos, por ejemplo), en lugar de ser una preocupación temporal de estudiantes universitarios despiertos. This is the way.

Traducido por Manuel Marínez