40. La decadencia de la realidad: sobre nuestra hipertolerancia por lo falso

Este ensayo explica cómo normalizamos vivir en un entorno material y social que casi constantemente nos miente y nos engaña, y reflexiona sobre lo que significa tener un modelo de sociedad que requiere tantas cosas para ser falso.

Los autores románticos se han quejado durante siglos de que la sociedad quedó gobernada por la “tiranía de la ciencia y los hechos”. Si bien simpatizo con sus sentimientos, sociológicamente es dudoso que esto todavía se aplique. Las experiencias recientes con la destrucción ecológica y las pandemias cuestionarían fuertemente la estricta adhesión de ciudadanos y líderes a la ciencia. De manera más general, explicaré cómo nuestro entorno directo o nuestro funcionamiento social cotidiano es falso más que fáctico. Estamos tan sobrecargados de lo falso, desde simulaciones políticas hasta filtros de redes sociales, que debemos detenernos y preguntarnos a dónde nos está llevando esto.

Comencemos con algunas de las mentiras y manipulaciones clásicas de nuestro entorno material ordinario al que nos hemos acostumbrado tanto. El bote de champú en tu ducha que dice ‘20% gratis’, como si no pagaras todo el contenido. El dispositivo electrónico que compraste por ‘menos de mil’, a 999$. La bolsa de papas fritas que en un buen día está medio llena. Tenga en cuenta que cualquiera de estos engaños se desmorona incluso con el escrutinio más ligero o incluso con la atención consciente, pero representan prácticas comerciales estandarizadas de décadas de antigüedad. Los objetos intentan engañarnos de las formas más contundentes y básicas. Tomemos, por ejemplo, los refrescos, como la marca Joya, que tiene tanto la imagen de una manzana como la promesa de un sabor a manzana, pero no tiene manzana ni algo que sepa a  eso. A veces nos engañan dos veces, como un helado de plátano con forma de plátano que no contiene plátano.

La cantidad de falsificación que se le presenta depende, por supuesto, del entorno, ya que el entorno de construcción en los Estados Unidos (o al menos en Texas) es falso en un grado absurdo. No solo es el edificio comercial promedio (banco, restaurante, etc.) no solo es lo que pretende ser (granero, templo, castillo, etc.), los materiales en sí mismos (madera, ladrillo, baldosas de piedra, etc.) son consistentemente falsos. La sofisticación que les falta a estas manipulaciones cotidianas, lo compensan en volumen, que comprende una gran parte, y en algunos pueblos la mayoría de nuestro entorno material.

A esto hay que sumarle los 10.000 anuncios publicitarios que los norteamericanos llegan a digerir al día, de los cuales muchos son altamente engañosos. Por favor, levante la mano si alguna vez ha comido una hamburguesa de un restaurante de hamburguesas que se parece al que está en el cartel. Incluso los anuncios que no son explícitamente engañosos, por lo general siguen siendo manipuladores de una forma u otra, al presentar propiedades (“estas gafas de sol cambiarán tu vida”) y beneficios sociales totalmente ajenos al producto. ¿Por qué los enfriadores de agua deben jugar con mis inseguridades?

Comencé esta discusión con objetos porque son el peldaño más bajo en la escalera de la manipulación (junto a los medios, mentiras explícitas de otros, simulación política, etc.), pero ya abrumadores en su volumen. Esto solo empeora si cambiamos nuestra realidad “externa” por redes sociales. Desde títulos clickbait y fake news, hasta la existencia de bots que suman más de la mitad de los ‘simpatizantes’ de determinadas personalidades mediáticas. Probablemente la parte más analizada de esto son los filtros de imágenes en las redes sociales, lo que explica por qué esa chica que te da envidia siempre se ve tan bien y ese otro chico no parece envejecer. Si bien esta práctica atrae algunas críticas en la era de la política de identidad, debemos recordar que es una de las manipulaciones más ligeras: a diferencia de los nuggets de pollo falsos, que altera algo real.

Tenga en cuenta que nada de lo que dije es una teoría de conspiración o implica un actor omnisciente moviendo los hilos. Al contrario: ¡No estás siendo manipulado por un banquero judío, sino por una botella de champú! Afirmo que Joya ‘Manzana’ pretende falsamente ser más que agua carbonatada con azúcar, no que contenga microchips. Como escribí en un ensayo anterior, las teorías de conspiración son en sí mismas una distracción para no ver las realidades mucho más duras que tenemos frente a nosotros. En este caso: el funcionamiento ordinario de nuestro modelo socioeconómico se construye sobre el engaño permanente y generalizado. Es curioso que este maravilloso capitalismo, en el que los libros de texto de economía nos dicen que los actores racionales están tomando decisiones informadas, crea un paisaje en gran parte falso dondequiera que se aplique. Aparentemente, necesitamos la manipulación masiva del consumidor (y el crédito) para mantener la máquina en marcha.

Pero si es tan normal, ¿por qué hacer de esto un problema? Primero, en el nivel filosófico más básico, mentir es inútil y poco ético. Además de la intuición ética -piense en el diablo bíblico- de que la manipulación es mala, nuestra inteligencia es insultada cientos de veces al día, incluso antes de escuchar los saludos falsos de otra persona. El poeta irlandés Oscar Wilde defendió lo artificial en su ensayo ‘La decadencia de la mentira’ (1891) al decir que al fin y al cabo es la vida real la que imita el arte. Sin embargo, hay poca arte en nuestros engaños. Nuestra conciencia está desgastada por el volumen de los miles de intentos de engañar nuestra percepción con los trucos más vulgares. Nos enjambran como molestas moscas a las que podemos ahuyentar pero nunca desechar: sabemos muy bien que son falsas, pero eso no nos evita tener que defender nuestra realidad todo el día. Tenga en cuenta que hasta ahora ni siquiera he asumido la posibilidad de que las personas caigan en alguna de estas mentiras, lo que por supuesto sucede. Imagine que creyéramos al pie de la letra lo que nos llega a través de los anuncios, nuestro buzón de correo o de las personas con las que interactuamos. Estaríamos arruinados, endeudados y sin un riñón en el mismo día, con solo algunas monedas criptográficas oscuras, una licuadora y el contacto de un príncipe extranjero para demostrarlo.

Un segundo problema de la normalización de la falsedad, no solo como una excepción sino como el componente básico de la sociedad, que distorsiona nuestra visión de la realidad: si la falsedad es la norma, lo real es el fenómeno. Esto es más discutido en el caso de los filtros de fotos de las redes sociales, que supuestamente distorsionan la imagen corporal de los jóvenes. En tal entorno, ya sea que hablemos de cuerpos, alimentos o estilos de vida, lo real puede parecer chocante e incluso inapropiado. Las mentiras y la verdad se tratan cada vez más de manera similar, o peor: la incapacidad de mentir se considera inapropiada y la mentira es educada. Del mismo modo, la verdad y la mentira pueden volverse indistinguibles. En el caso de las noticias falsas, la mentira hace daño colateral a la credibilidad de las noticias reales.

    En tercer lugar, tenemos que entender que en lugar de ser una conspiración de arriba hacia abajo, la falsedad de nuestra sociedad se construye desde cero: primero su botella de champú, luego los medios sociales y tradicionales, y solo luego las narrativas políticas. Si normalizamos la mentira en escenarios completamente normales e innecesarios, ¿por qué nos sorprenderíamos cuando grandes grupos de personas son engañadas por mentiras más grandes y realmente ingeniosas? La historia mexicana de la simulación en la política se remonta a mucho tiempo atrás, pero a estas alturas hemos normalizado que los políticos proyecten una imagen perfectamente producida pero demostrablemente falsa.

¿Qué significa vivir en una sociedad donde el engaño y fingir hacerlo es la norma? Puede ser que la sociedad no pueda enfrentarse a su propia realidad. Desde patrones de consumo y relaciones personales hasta publicidad engañosa y estilos de vida retratados, la realidad no es lo suficientemente buena. Pero en lugar de aceptarlo o cambiarlo, lo falsificamos y tenemos que lidiar con las falsificaciones de otras personas. En tal situación, una de dos cosas es cierta: o la sociedad capitalista tardía requiere manipulación masiva para funcionar, o no lo hace y podríamos intentar modificarlo.

Partiremos de la suposición menos radical de que esta manipulación masiva es más una consecuencia desquiciada que un requisito. ¿Por qué necesitamos este asalto interminable a nuestra energía mental en primer lugar? Todavía comemos hamburguesas incluso después de enterarnos de que el letrero es falso. ¿Por qué los anuncios no pueden mostrar simplemente el producto y el precio? Dado que la mayoría de estas ilusiones no funcionan, el mundo también podría ser lo que es… ¿o no? Posiblemente sea la competencia lo que mantiene en marcha esta guerra sin sentido contra la inteligencia, en la que un productor tiene que igualar las propiedades falsas del otro. Sin embargo, eso no significa que no pueda ser diferente. Nótese que mi argumento no es en contra de la estética o la fantasía, no creo que las cosas deban ser desnudas o simples (eso es gusto de ricos), sino más bien desengañar.

Lo primero que debemos hacer es pues plantear el objetivo de tener como causa legítima una realidad más real. Es un objetivo legítimo no querer comprobar si el queso realmente contiene queso. Es un objetivo legítimo saber cuántos seguidores de personalidades o causas en las redes sociales son reales. Es un objetivo legítimo no tener que luchar contra las ilusiones ópticas básicas una y otra vez. De ahí se sigue que la reconquista de la realidad es una cuestión política legítima que amerita la intervención o regulación del Estado. En los últimos años se ha hecho mucho para que los alimentos sean más transparentes, pero la regulación podría ser mucho más agresiva en otros dominios. Me viene a la mente mi antigua propuesta de criminalizar el uso de bots en las redes sociales, así como la prohibición de las manipulaciones más tontas, como partes ‘gratuitas’ de productos empaquetados individualmente.

Por último, hay un gran elemento cultural en esto. Hay una inconsistencia en nuestra cultura liberal, en la medida en que formalmente queremos individuos fuertes, responsables e informados, pero tratamos de engañar a estas mismas personas cada minuto y aprobamos, instruimos e incluso admiramos tales engaños. Mantenerlo real es difícil. La promoción de la comida, la arquitectura, los materiales, las personas, etc. reales es útil aunque solo sea para recordar a las personas qué es lo real, pero solo puede llegar hasta cierto punto. Además corre el riesgo constante de fracasar como clasista, ya que en muchos campos tachamos lo ‘real’ por ‘exclusivo’ y condenamos a las masas al consumo de imágenes. Mi problema no es el consumo de productos falsos en sí mismo (¡Me gusta el refresco Joya!), sino el hecho de engañar y la confusión resultante. La promoción de la autenticidad, tanto en los objetos como en las personas, debe ir de la mano con el incesante llamado a la no manipulación. Debería reducirse nuestra tolerancia por el arte poco ético de la manipulación, junto con un aumento de nuestra conciencia crítica de los malos trucos que nos hacen. Los medios críticos y la alfabetización del consumidor deben ser partes básicas de la educación.

Terminamos con una paradoja divertida/triste con respecto a las tecnologías de realidad virtual y aumentada, (información añadida a la realidad) tecnologías que Silicon Valley está promoviendo para complicar aún más el problema. La ironía de la visión anterior de Oscar Wilde sobre el arte es que la realidad aumentada asume que la realidad es real, cuando en la práctica ya está aumentada. ¿Cómo deberían identificar nuestras gafas de realidad aumentada una pared falsa: madera o plástico? En otras palabras: ¿quieres lo falso real o lo real falso?

Traducido por Keren Venegas