El liberalismo ha sido declarado muerto injustamente muchas veces, pero es seguro decir que la pandemia de COVID-19 ha puesto de manifiesto la creciente irrelevancia de algunos de sus principios fundamentales. Este ensayo expone dos.
Probablemente muchos de ustedes han leído docenas de artículos de opinión y análisis alarmantes acerca de la pandemia de COVID-19, que en su mayoría han sido probados redundantes un mes después. Para escapar de la tentación de la moda, me he abstenido de escribir acerca de la pandemia directamente durante un año. Políticamente, uno de los temas más consistentes de este año ha sido el fracaso de la ideología (neo)liberal y con ello la decreciente popularidad de sus principios fundamentales. El enfoque de este ensayo serán dos supuestos centrales de la teoría liberal: 1) La fe en que la libre interacción entre individuos interesados contribuye al bien común y 2) La idea de que la intervención del gobierno es perjudicial para dicho bien común.
Quiero comenzar este análisis con dos aclaraciones. Primero, esto no es una crítica del capitalismo en sí; Si bien los países con partidos comunistas en el gobierno han superado drásticamente a los capitalistas en el manejo de esta crisis, muchos en la extrema izquierda fueron demasiado rápidos al declarar la victoria en la guerra de clases. Como siempre, el capitalismo aguantó sacrificando a los débiles y la clase capitalista consolidó su posición privilegiada. En segundo lugar, se trata de filosofía política, no de política de partidos, dicho análisis no se sostendría, ya que en realidad la mayoría de los gobiernos “liberales” se enfrentaron a la crisis abandonando sus principios ideológicos. Por ejemplo, en los Países Bajos, a pesar de la resistencia ideológica inicial, el primer ministro liberal Mark Rutten tuvo que recurrir a bloqueos e incluso toques de queda como lo hicieron otros países. Asimismo, muchos líderes socialistas inicialmente caminaron por el camino liberal hasta que se despertaron en una cama de hospital.
Comencemos con el primer supuesto liberal: la idea optimista de que, si las personas hacen lo que les venga en gana, de alguna manera eso será beneficioso para el bien común, o que por lo menos, no lo afectará. Esta fe en el interés propio racional jugó varios roles en el establecimiento, entre ellos, la libertad de religión y el libre mercado. Si bien esto pudo o no siempre haber sido una falacia, ciertamente se volvió difícil de creer en 2020. Una de las consecuencias más frustrantes y casi traumatizantes de la pandemia ha sido el colapso de la fe en nuestro prójimo: trozos enteros de la población fracasaron rotundamente en mantener la disciplina o tomar en cuenta el bien común. Una gran parte de la población no se dio cuenta o reprimió la idea de que, independientemente de sus propias estimaciones de salud, contraer el virus a) pone en peligro a otros; b) satura los hospitales; c) prolonga la pandemia. Sí, sobre todo en países como México, muchos fueron obligados por motivos económicos. Pero uno no puede sino lamentar como en Europa las tasas cayeron después de cierres dolorosos, sólo para dispararse después de que miles de turistas trajeran el virus de vuelta, o cómo las celebraciones en México ocasionaron el brote de nuevas infecciones. Un contundente interés personal a corto plazo de “Yo hago lo que se me da la gana” superó cualquier consideración social o incluso un interés propio ilustrado a largo plazo. La libertad de mi prójimo puso en peligro la mía como nunca antes.
Este brutal fracaso del liberalismo nos lleva de vuelta a algunas cuestiones fundamentales de la filosofía política: ¿Se puede confiar en el hombre? Un verdadero conservador diría que a las personas siempre han sido así, y que solo la restricción de la comunidad podría hacerlas actuar correctamente. Como progresista, propongo considerar primero la idea de J.J Rousseau de que el hombre tiene instintos sociales, pero se corrompió con el tiempo. Las noticias falsas, una criatura de la extrema derecha, jugaron un papel obvio en el empeoramiento de esta crisis que no necesita más explicaciones. Sin embargo, el coronavirus también ofrece una clara advertencia de lo que realmente significa la cultura de ‘Solo se vive una vez’ de las últimas décadas: abandono total de la responsabilidad social por autocompasión plantada. Durante años, hemos sido bombardeados con comerciales, canciones y memes que nos animan a hacer ese viaje (¡No te quedes con las ganas de viajar!) ¡Ve a ese restaurante y gasta dinero en ese concierto! ¿Por qué te preocupas por los demás si los demás probablemente no se preocupan por ti? Para muchos, el miedo a perderse de algo ha vencido al miedo a matar a la propia comunidad. Consumismos e individualismos se tomaron de los brazos en una danza mortífera. ¿Qué mejor soundtrack para “2020 – La Película” que el clásico de Frank Sinatra “I did it my way” (lo hice a mi manera)?
El segundo supuesto liberal fallido, más articulado en la época neoliberal, es la idea de que debe evitarse la intervención del gobierno. Acción colectiva: cuanto menos, mejor. No gran parte de esta idea sobrevivió después de que nos golpeó la pandemia. Lo que quedó en pie fue debido a la intervención del gobierno. Ya sea que estemos hablando de las más de 23 millones de familias que obtuvieron un mayor apoyo a los ingresos desde 2019 en México, las transferencias de efectivo y las prohibiciones de desalojo en los EE. UU, y los muchos rescates y programas de crédito en todo el mundo. Desde la política económica hasta la atención médica, donde los gobiernos fracasaron, generalmente fracasaron porque hicieron o no pudieron hacer lo suficiente. Dejando de lado algunas excepciones tempranas, las regulaciones gubernamentales y los consejos oficiales han sido correctos y, cuando se siguen, generalmente conducen a caídas significativas en las infecciones. Si bien muchos teóricos de la conspiración son ciegos ante esta verdad empírica, también funciona a la inversa: levantando las regulaciones emitidas de manera predecible en la segunda y tercera oleada global, poniendo fin a la esperanza de dejar esta miseria para el verano de 2020. Ciertamente, muchas de estas medidas duelen, especialmente cuando son ejecutadas de manera deficiente e inconsistente, pero la resistencia a ellas solo ha prolongado nuestro sufrimiento colectivo.
Independientemente de su estimación de cual gobierno sí o cual gobierno no, en nuestras condiciones actuales ¿Qué no suena absurda, casi irrisoria, la afirmación de que la ruta para los próximos años es que el gobierno haga menos por el pueblo? ¿De que el gobierno se retire de sus responsabilidades? ¿A quién sigue atrayendo este viejo dogma liberal, después de haber sido abandonado por muchos de sus propios líderes políticos? Quedará una minoría fiel, pero al menos retóricamente el (neo) liberalismo está a la defensiva. Por supuesto, siempre habrá defensores de las élites que, como FRENA en México, afirman que los impuestos (‘terrorismo fiscal’) son un problema mayor que la financiación del sistema de salud.
Como recordará el lector crítico, este abandono de los principios liberales frente al peligro no es nada nuevo. Este dogma central del liberalismo se abandona aproximadamente cada diez años cuando nos golpea una nueva crisis, y los líderes recuerdan que el socialismo realmente funciona, o al menos la intervención estatal para salvar a los ricos o crear orden, pero intervención estatal de todos modos. Esto es notable, ya que la izquierda sigue siendo estereotipada como soñadores que creen en algo que es bueno en teoría, pero que no funciona en la práctica. La tragedia y la ironía van bien juntas.
En resumen, la pandemia ha expuesto la flagrante incapacidad del liberalismo para hacer frente a los problemas colectivos. Sin embargo, como escribí en la introducción, el liberalismo ha sido declarado injustamente muerto muchas veces antes. Si bien ciertamente ha tropezado e invocado grandes catástrofes, el liberalismo (y el capitalismo) demostró que muchos críticos estaban equivocados por su notable resistencia. Creo firmemente que hay un atractivo y carisma centrales en los valores, las realizaciones y las promesas de las ideologías modernas como el liberalismo, el nacionalismo y el socialismo que hace que sea difícil descartarlas por completo. Si bien todos tienen fracasos, a veces espectaculares, estas grandes ideas van mucho más allá de la etapa embrionaria de las notas en una servilleta y “funcionan” a su manera. Además, las ideas de consumismo y no intervención están respaldadas por intereses económicos y monetarios casi ilimitados.
Esto último es importante, ya que las fuerzas económicas y culturales que crearon esta capacidad más vulnerable al desastre siguen actuando. Por lo tanto, lo primero que debemos hacer como personas con mentalidad social es no hacer suposiciones sobre el mañana, sino enfrentar nuestra derrota de ayer. El individualismo y el consumismo han superado la consideración social, y es probable que aquellos impulsados por un egoísmo imprudente se salgan con la suya, mientras que aquellos que actuamos responsablemente no recibiremos recompensa. La privatización y la desregulación han vencido a la capacidad de respuesta o preparación, y sus principales patrocinadores se enriquecieron mientras los gobiernos acumulaban facturas. ¿A dónde podemos ir desde aquí para evitar una nueva pandemia o cualquier otro problema de acción colectiva (¡Cambio climático! ¡Robots!) contra el que el liberalismo está indefenso?
Es evidente que tenemos que encontrar una forma de impulsar la conciencia social. La educación general sería una respuesta simple, pero no estoy seguro de cuán relevante es esto, dado que los peligros de un comportamiento imprudente están bien publicitados y son directos. Y dado que, sorprendentemente, muchos “Covidiotas” son personas “Bien preparadas”. Si bien la falta de conocimiento científico básico juega un papel, nos falta más ética, honestidad y disciplina. Como escribí en un ensayo anterior, se necesita una sociología del autocontrol. La pieza del rompecabezas es hacer que lo social en la conciencia social sea más visible y tangible, y seguir trabajando para crear una sociedad menos desigual y más inclusiva. Pero también para mostrar más claramente las normas y necesidades de esta sociedad. Sigo creyendo que la gente responde a las normas y expectativas cuando se les llama, pero rara vez nos llamamos unos a otros por nuestros pecados casi habituales, como el fraude fiscal, el desperdicio de agua y, en este caso, la falta de higiene.
En el frente más político, la izquierda debe comprender que, si bien sus ambiciones se verán frustradas debido a un regreso entrante a la austeridad presupuestaria, retóricamente tiene la ventaja. Aunque lejos de la muerte, es seguro decir que el liberalismo tiene mucho que explicar después de ser expuesto una vez más. Por supuesto, esta debilidad también podría ser aprovechada por el nacionalismo en lugar del socialismo. Aun así, es un buen momento para recuperar el manto del realismo de la izquierda, y subrayar la verdad de que sus políticas clave (seguro social, regulación, servicios colectivos, etc.) fiables salvan el día. Las secuelas de esta crisis son una oportunidad para extender esas politicas a lugares que aún carecen de ellas, como el seguro de desempleo para México y la atención médica pública en Estados Unidos, y para reclamar espacio de políticas para experimentar con otras nuevas. Pero eso es para un ensayo diferente.
Traducido por Denisse Manzo Vargas